Universidad Nacional de Ingeniería
y Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Lima
Publicado en: REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA
Años XL, Nº 79.Lima-Boston, 1er. Semestre de 2014, pp.409-418.
No va a ser fácil presentar y comentar un texto como Arguedas / Vargas Llosa. Dilemas y ensamblajes (2013), porque la autora, Mabel Moraña, además de manejar una abundante y sustantiva información, se mueve como pez en el agua en el mundo de la interpretación literaria y de los estudios culturales. Consciente, por otra parte, de que su toma de posición a favor de lo que Arguedas representa no es disimulable, Moraña dedica buena parte de este enjundioso trabajo intelectual a darle solidez académica a esa posición, no sin dar muestras de su amplio conocimiento y aprecio de la producción literaria de estas dos “cumbres” de la literatura peruana. Y resalto lo de “cumbres” para hacer ver que hay que tener los conocimientos y la destreza de Moraña para saltar de cumbre a cumbre sin pasar por los valles de un quehacer literario menos visibilizado pero abundoso en frutos de probada madurez.
Mabel Moraña, intelectual uruguaya establecida en Estados Unidos desde hace décadas, no necesita ser presentada a los lectores de RCLL, pero de su amplio currículo quiero destacar la facilidad con la que articula su labor académica stricto sensu con una forma de actuación cultural que junta, sabia y enriquecedoramente, conocimiento especializado, posicionamiento filosófico y compromiso ético y político. De esto último son muestras los numerosos libros colectivos que ha editado o coeditado, los varios números de revistas que ha coordinado, los comités editoriales y académicos en los que participa, los congresos y seminarios que organiza, etc. Ya en su tesis de 1983 para optar al Ph. D. en la Universidad de Minnesota estudiaba la relación entre literatura y cultura nacional en Hispanoamérica. Más recientemente, en 2008, organiza con Bret Gustafson la conferencia internacional “Rethinking Intellectuals in Latin America”, cuya convocatoria invita a los expertos (W. Mignolo, G. Yúdice, F. Coronil, C.A. Jáuregui, J. A. Mazzotti, C. Walsh y muchos otros) a dar cuenta de sus exploraciones por fuera de la cartografía de la “ciudad letrada” para hacer ver que otros sujetos colectivos (agrupaciones y movimientos indígenas, afroamericanos y otros), los “descontentos con la modernidad” (H. Bhabha), están convirtiendo a nuestra América en crisol de perspectivas epistémicas, políticas y económicas de índole alternativa si no contrahegemónica. Se trata de experimentaciones cognocitivas, culturales, éticas, económicas etc. que, liberadas de los encasillamientos trazados por el colonialismo, reformulados luego en clave ilustrada y convertidos en andaderas del desarrollismo de la modernidad tardía, se atreven a explorar –como lo hiciera pioneramente Antonio Cornejo Polar- nuevos territorios de realización de la posibilidad humana en América.
Es necesario aludir a estos aspectos, aunque sea grosso modo, para dejar sugerido el espacio de elaboración teórica y de enunciación discursiva desde el que Mabel Moraña interpreta “la obra desgarrada de José María Arguedas y la triunfante poética vargasllosiana” (13). Ese espacio está poblado por los significantes y lógicas discursivas que los procedentes -principal pero no exclusivamente- de la “periferia” han instalado o están instalando en los “centros” de elaboración y control simbólicos. De entre las categorías de esas lógicas compartidas me fijo particularmente en una, la de posibilidad, que lleva a considerar la existencia humana, a lo Heidegger, como una posibilidad siempre abierta ante la cual la única actitud digna es la escucha. Y escuchar es aquí espera atenta a que el otro se presente él mismo y presente sus creaciones, dejando adivinar las condiciones de producción y su funcionalidad social. Solo así, cuando se escucha atentamente, comienza, ya con el escuchar, la hermeneusis, una operación que, en vez de recopilar información para archivarla ordenadamente y dejarla en la definitividad de su haber sido, se dedica a recoger mensajes para interpretarlos, dialogar con ellos y dar, así, densidad histórico-filosófica al compromiso ético y político.
Desde este horizonte de sentido esencialmente hermenéutico y, por tanto, ajeno a la neutralidad reificadora del positivismo ambiental, Moraña ha posado su mirada, con tino y sabiduría, sobre nuestra literatura colonial y contemporánea y sobre la problemática relación entre modernidad y nación, para luego, con este bagaje, implicarse en la teoría crítica de la cultura desde la perspectiva de los “estudios postcoloniales”.
Convencida de que “en el Perú se alojan muchas de las claves para la comprensión del espinoso proceso que conduce a la descolonización del pensamiento y a la comprensión crítica de la historia latinoamericana” (16), la autora pretende, con la obra que estamos comentando, contribuir a entender esta condición de lo latinoamericano. Por eso, desde el inicio confiesa que no se propone abordar de manera exhaustiva los aspectos propiamente literarios de los textos de Arguedas y Vargas Llosa sino más bien interpretar estos textos como gestos culturales y estrategias representacionales de un mundo atravesado de conflictos estructurales y en el que la lengua misma -¿cuándo no?- es también un campo de batalla. Desde esta perspectiva no es extraño que la autora esté más interesada en la textura cultural -de la que el texto es agente y resultado- que en la textualidad literaria propiamente tal. Aborda, además, el tema bajo una categoría conceptual, el dilema o double bind, que recoge directamente de Spivak, pero que, como binarismo, nos viene, sacralizada, de la tradición judeo-cristiana (fieles/gentiles) y, secularizada, de la aventura de los “descubrimientos” (civilización/barbarie). Supuesto este afincamiento en el binarismo, lo que le interesa a Moraña es proponer “que es justamente en el posicionamiento de ambos escritores respecto a la modernidad capitalista y en el nivel lingüístico –en la concepción y usos de la lengua, en las estrategias y contenidos de la comunicación y de la expresividad literaria- donde se dirimen, simbólicamente, los dilemas que atraviesan la obra total de ambos autores …” (21), representando y constituyendo cada uno de ellos los extremos del espectro moderno. Para construir su propio andamiaje teórico y atribuirle centralidad interpretativa a la categoría de dilema, Moraña recoge del pensar latinoamericano las categorías de transculturación (Ortiz/Rama), heterogeneidad no-dialéctica (Cornejo Polar) e hibridez cultural (García Canclini), que remiten todas ellas, a veces sin saberlo, al mencionado binarismo.
Describir el contenido de Arguedas / Vargas Llosa. Dilemas y ensamblajes no es difícil. En los textos iniciales, “Presentación” y “Apertura”, y, de alguna manera, en el segundo capítulo, “El arcaísmo como significado flotante”, Moraña da a conocer la base teórica desde la que mira a los autores mencionados. Como acabo de señalar, las categorías y las conexiones categoriales de esa mirada se inscriben en el ámbito de los “estudios culturales” y más concretamente en la parcela de las posiciones “postcoloniales”, sin dejar de enriquecerse con conceptos y estrategias discursivas que, en unos casos, vienen de la ya añosa “sociología de la literatura” y, en otros, de las teorías de la subaltenidad y de la colonialidad del saber y del poder. Se advierten, por otra parte, acercamientos a las varianzas del postestructuralismo europeo, pero se mantienen reservas con respecto a las perspectivas postmodernas y no se recogen las provocaciones de lo que hoy se conoce como “la izquierda heideggeriana”.
Los textos primero (“Arguedas / Vargas Llosa o los dilemas del intelectual modélico”) y último (“¿Punto final?: la muerte / el Premio Nobel”) de la parte expositiva son los que más se aproximan a la propuesta inicial de un estudio comparado, aunque es cierto que en los demás textos no faltan comparaciones. En ese estudio, Arguedas ocupa un extremo del espectro intelectual, el del tormento, el desgarro, el colapso de las certezas predicadas por la modernidad, pero también de la resistencia creativa ante la dominación descarnada, y Vargas Llosa ocupa el otro, el del triunfo por la vía de la inserción en la modernidad periférica recurriendo al poder de la palabra “como mecanismo de legitimación personal y como plataforma de lanzamiento público.” (26) En ambos casos se trata de figuras paradigmáticas que remiten a procesos de emergencia y posicionamiento de colectivos sociales: los pobladores y migrantes andinos (Arguedas) y las capas medias urbanas (Vargas Llosa). La paradigmaticidad les viene a estos autores no solo del carácter modélico de sus modos personales de vida, sino de la articulación de las demandas equivalenciales de los colectivos sociales a los que (re)presentan en sociedad y, muy especialmente, de haber incorporado a la literatura la lengua y las estrategias expresivas del migrante andino, en un caso, y del poblador urbano medio, en el otro. Importante es destacar que la (re)presentación en público, a través del trabajo literario, de estos sujetos colectivos y especialmente la incorporación de su habla al espacio público y al lenguaje literario son constituyentes o performativos de esos sujetos colectivos. Porque, como anota con acierto el recientemente desaparecido Ernesto Laclau, “las prácticas políticas no expresan la naturaleza de los agentes sociales sino que, en lugar de ello, los constituyen”(33). Nuestra autora pone, con razón, especial énfasis en el carácter no solo artístico sino político del trabajo literario de los escritores estudiados. Hasta podría decirse con Laclau que, por su dimensión política, estas prácticas tienen una especie de prioridad ontológica con respecto a sus agentes en la medida en que los agentes mismos son algo así como un precipitado histórico de la práctica política. En realidad, los colectivos sociales se convierten en agentes políticos completos no propiamente cuando presentan demandas diferenciadas de otros colectivos ante el poder establecido, sino cuando consiguen construir con otros una cadena equivalencial de reivindicaciones y exigencias que tienen en común el hecho de ser desatendidas por el poder. Para que esto ocurra cabalmente es preciso que uno de esos colectivos –el de los migrantes andinos, en un caso, o el de las capas medias urbanas profesionalizadas, en el otro-, sin desprenderse de su particularidad, construya una propuesta hegemónica que articule las reivindicaciones recogiendo de ellas la dimensión equivalencial y respetando la dimensión diferencial.
La dicotomía de la que Moraña da cuenta en los textos sobre “La lengua como campo de batalla” y en los dos siguientes tiene no poco que ver con la reflexión que acabamos de hacer. Con manifiesta erudición y profundo conocimiento de las teorías en juego (Spivak, Bhaba, Cornejo, Quijano, Rama …), Moraña sigue, en primer lugar, los pasos de la producción arguediana para mostrar cómo el autor andino ha ido produciendo una obra que, marcada por tensiones irresueltas, se orienta a construir un espacio de convivencia de lo diverso. Consigue, así, Arguedas, al decir de Moraña, “redefinir al sujeto andino como agente social y como sujeto de la historia, intentando ubicar la peripecia indígena y mestiza no en los márgenes ni en los paratextos de la canonicidad criolla, sino en los espacios centrales de la discursividad contemporánea.” (99), especialmente en aquellos que facilitan el ensamblaje de heterogeneidades y apuntan a la convivencia intercultural. Para el caso de Vargas Llosa –presentado por Moraña con manifiesto distanciamiento con respecto a la posición política del autor- lo relevante es su condición de “escritor de la modernización”, lo que le permite insertarse magistralmente en los aparatos productores de cultura, para, desde ellos, tratar de consolidar el proyecto occidentalista y de satisfacer “una necesidad de omnipresencia que tiende a saturar el espacio público.” (127) Moraña concluye anotando que “Arguedas y Vargas Llosa representan así dos modalidades bien diferentes de elaboración de un suplemento discursivo … de indudables connotaciones ideológicas … Se trata de dos usos de la lengua, entonces, y de dos formas de organización del pensamiento: una, orientada hacia los medios masivos de comunicación, el mercado y la imagen pública; la otra, articulada entorno a un programa cultural reivindicativo y dirigida al interior de la cultura nacional, como llamado a la reestructuración social y a la activación de valores comunitarios, de cara a los desafíos de la modernidad.” (151-152).
De lo que tanto la obra de Arguedas como la de Vargas Llosa son testimonio fehaciente es precisamente de que ninguno de los dos sujetos colectivos que ellos (re)presentan ha logrado la hegemonía, tal vez porque, como ocurre en el libro que comentamos, cada uno ve solo la dimensión diferencial del otro y no presta atención a la dimensión equivalencial. Es más, hasta se puede afirmar, si nos atenemos al estudio de Moraña, que la identidad de cada uno, especialmente la del colectivo (re)presentado por Vargas Llosa, se construye precisamente por diferenciación con respecto al otro. Ninguno de estos colectivos advierte que el otro, el que tiene al lado pugnando por el reconocimiento de su particularidad, se enfrenta también al mismo “enemigo”, a ese Leviatán que obliga a todos a atenerse a las reglas de juego impuestas por el poder, un poder que, con el correr de los años y desaparecido ya Arguedas, hay ido difuminando su perfil y perdiéndose en la nebulosa de la globalización. Lo cierto es que este desencuentro entre sujetos sociales, alimentado por el quehacer literario y por nuestra frecuente insistencia como académicos en las dimensiones diferenciales, dificulta, si no imposibilita, que se constituya propiamente “el pueblo” en cuanto sujeto político portador de un orden que vea en el acontecer de la diferencia una “oportunidad” (en el sentido del kairós griego) de dinamismo y de gozo.
Son admirables, por cierto, la sabiduría y el trabajo desplegados por Mabel Moraña para analizar y dar a conocer los dilemas y ensamblajes de dos procesos de producción literaria tan ricos y variados como los de Arguedas y Vargas Llosa. Hacerlo, además, viéndolos como estrategias culturales insertas en perspectivas políticas de largo alcance añade dificultades al estudio y exige a su autora transitar por varios ámbitos teóricos y familiarizarse con los avances de las ciencias sociales sobre el Perú y América Latina.
Me quedan, sin embargo, algunos cabos sueltos. ¿Qué fue del Vargas Llosa que, según un discípulo suyo de los años 70, exponía la tesis de que “escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. Este es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida y el mundo tal como son o como cree que son. La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida; cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad.”? ¿Es ese Vargas Llosa el mismo que, entrevistado en agosto de 2013, afirma que la élite no es la que acapara el saber, el poder y el dinero, sino aquella que resulta como consecuencia de la vocación, el talento y el esfuerzo, y que la mejor literatura es la que produce placer al leerla y le deja a uno sembrado de infelicidad, disconformidad y rebeldía con respecto al mundo como es? (ver Riemen)
Si, como sostiene Gadamer (I, 453) apoyándose en Collingwood, solo comprendemos cuando comprendemos la pregunta para la que algo es respuesta y, por tanto, es preciso reconstruir la pregunta desde la cual el sentido de un texto se comprende como una respuesta, ¿cuál es la pregunta a la que el libro que estamos comentando es la respuesta? Yo diría que esa pregunta tiene ver con la necesidad de proveer de sentido al suicidio de Arguedas y a la apoteosis (del griego άποθέωσις, que significa deificación) de Vargas Llosa. Es decir, la autora se sitúa al final del recorrido, en donde el contraste inmolación/deificación parece evidente, para desde ahí mirar hacia atrás y convertir en relevante principalmente aquello que provee de sentido al acontecimiento final. Esto me lleva a dos anotaciones últimas que dejo aquí solo apuntadas.
La participación de la obra de Vargas Llosa en la constitución de la vida urbana y del sujeto urbano está, me parece, insuficientemente relevada en el libro de Moraña y, consiguientemente, la deificación es vista como consecuencia del “enchufamiento” en la maquinaria editorial (lo que recuerda al deus ex machina) y la consiguiente sobreexposición en la escena pública. Téngase en cuenta que, siguiendo a Deleuze y Guatari, la autora considera que la “máquina” literaria trabaja bien cuando está enchufada a otra máquina, sea esta la de la guerra, el amor, la revolución o, añado yo, la escena pública o el mercado. Desde esta perspectiva, la deificación, como el premio Nóbel, le adviene al autor desde fuera de sí mismo, aunque se trate de algo por lo que el escritor haya luchado toda la vida.
Visto como inmolación, el suicidio de Arguedas reviste de ejemplaridad y hasta de sacralidad a toda su obra. La producción arguediana, “enchufada”, ab initio, a la larga historia de resistencia del poblador andino, se vuelve paradigmática, modélica, para aquellos sectores sociales que tratan de deliberarse de la persistente colonialidad y se toman en serio la interculturalidad como principio organizador de la convivencia de diversidades. Resulta, así, Arguedas, de alguna manera, deificado, pero no por el valor de cambio de su obra, sino por la ejemplaridad de una vida (personal y artística) dedicada no a reavivar “utopía arcaicas” sino a explorar y refigurar las contradicciones que habitan en el poblador andino, en el migrante y, en general, en la sociedad peruana. Y, así, el suicidio de Arguedas es leído como autoinmolación y martirio, como “testimonio” (que eso significa “martirio”) de la imposibilidad de resolver esas contradicciones en la clave de la modernidad occidental.
Al final tenemos dos titanes, dos personalidades deificadas, de cuyo proceso de producción de sí mismos y de su obra nos da Mabel Moraña cuenta no solo bien documentada y sólidamente argumentada, sino finamente trenzada y sembrada de provocaciones.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método. Salamanca: Sígueme, 1999.
Laclau, Ernesto. “Populismo:What’s in a Name?”. En Populism and the Mirror of Democracy. Panizza, Francisco, ed. Londo: Verso, 2005. 32-49.
Moraña, Mabel. Arguedas / Vargas Llosa. Dilemas y ensamblajes. Madrid/Lima: Iberoamericana/Vervuert/Librería Sur, 2013.
Moraña, Mabel y Bret Gustafson, eds. Rethinking Intellectuals in Latin America. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2010.
Roncagliolo, Santiago. “La última fiesta del boom latinoamericanos, Diario La República, Lima, 17 abr. 2014. 29
Notas
Acerca de esta sobreexposición de Vargas Llosa, Santiago Roncagliolo ha hecho notar recientemente que “Durante esta semana, el Nóbel [MVLl] ha recibido a los ex presidentes de México y Chile, y ha arremetido públicamente contra el régimen chavista. Ha saludado a una dirigente opositora venezolana, ha recitado a César Vallejo en público, ha ocupado la portada del semanario Caretas y ha sugerido posibles candidatos presidenciales. Un día salió en dos noticias diferentes en el mismo periódico. En la televisión, los tertulianos ilustran sus opiniones con citas de El Héroe Discreto. En la radio, los cómicos lo imitan. Hoy en día, no queda ningún intelectual tan influyente en español.” (29)
Se trata de Jesús Márquez, quien siguió el curso “García Márquez: historia de un deicidio”, que Vargas Llosa ofreció en la Universidad Autónoma de Barcelona al comienzo de la década de 1970.