José Ignacio López Soria
Publicado en: Ledesma Narváez, M. (coord..). Justicia, derecho y sociedad. Debates interdisciplinarios para el análisis de la justicia en el Perú. Lima: Centro de Estudios Constitucionales – Tribunal Constitucional del Perú. 2015, p. 463-491.
Introducción
Los hechos a los que voy a referirme son, por lo general, conocidos. Lo que voy a hacer aquí no es simplemente narrarlos, como suele hacer la ciencia histórica, sino pensarlos e interpretarlos desde las perspectivas que abren la hermenéutica y algunas corrientes de la actual filosofía política(1).
La proximidad del bicentenario de la independencia es una excelente oportunidad no solo para enriquecer el conocimiento sobre el paso de colonia a república, sino para pensarlo, tratando de encontrar las preguntas de las que lo ocurrido durante 200 años es la respuesta. Se trata de un trabajo de largo alcance y diversas variables. Presento aquí solo una de las variables, la relacionada con las constituciones y la legislación, es decir, el aspecto normativo, para ver si él responde a la diversidad sociocultural que tiene que normar. Guía mi trabajo una hipótesis preliminar: lo que hicimos en las dos primeras décadas del siglo XIX fue la “(des)fundación de la república”. Explicaré enseguida el concepto “(des)fundación”.
Comienzo usando un término,“hicimos”, que nos invita a hacernos cargo de nuestro pasado como “pasado de nuestro propio presente” (Heller, 1982) y a pensar el pasado no como lo que hay que dejar registrado en las narrativas historiográficas, sino como aquello que, a su manera, sigue siendo en lo que somos y a lo cual dignificamos cuando, entendido como mensaje de nuestros antepasados, lo traemos a la presencia para dialogar con ello y dar densidad histórica a nuestro pensar el presente (Gianni Vattimo, 1990).
El concepto “(des)fundación” remite a dos significaciones contrapuestas pero complementarias. Es evidente que en los años de la independización (2ª y 3ª décadas del siglo XIX) comienza la fundación de la república, pero sobre bases no estables ni suficientemente abarcadoras, y, por tanto, tan débiles que bien puede decirse que el fundamento mismo parece carecer de fondo, y al carecer de fondo le llamamos “abismo”. Este asomo al abismo está sugerido en el “(des)” de “(des)fundación. Pero hay que aclarar que el constructo des-fundación remite tanto a fundar como a no fundar, es decir, equivale a un fundar que no puede tener ya la solidez, estabilidad y permanencia de aquello que anteriormente se suponía que estaba fundado en leyes divinas o en leyes naturales. Desde el segundo momento de la modernidad, el de la modernidad ya ilustrada, todo acto fundacional es un “acontecimiento” solo humano y, por tanto atravesado de contingencia y transitoriedad y fruto, en el mejor de los casos, de la concertación y el acuerdo entre personas según normas y procedimientos que, en principio, son también elaborados participativa y consensualmente. Esto ocurre en muchos ámbitos –tanto de las esferas de la cultura como de los subsistemas sociales y la vida cotidiana-, pero es algo particularmente trascendente en el ámbito político. Por tanto, no es raro que toda república realmente moderna carezca de un fundamento sólido (lo que no significa que carezca de fondo en absoluto), pero en nuestro caso esta condición se acentuó principalmente por cuatro razones que no tienen ver con la modernidad: a) no se llegó en esos años a elaborar un discurso capaz de proveer de sentido a lo que se estaba haciendo y, así, quedaron desconectados el hacer gobierno y el hacer sociedad; b) no se construyó un espacio vacío (de intereses particulares) para el ejercicio del poder político, lo que facilitó que se constituyera un ámbito, el de la política, que consistía esencialmente en la institucionalización más o menos articulada de intereses privados individuales o grupales; c) los actores políticos concentraron sus afanes en diseñar y poner en escena una forma de gobierno que les permitiera, frente a España y frente a los vecinos, hablar dignamente de “independencia” (porque hasta eso se les negaba), sin necesidad de tener que hablar con los coetáneos peruanos de “liberación” social; d) se dejó fuera de la interpelación como ciudadanos y, por tanto, del ejercicio de la ciudadanía a la inmensa mayoría de los pobladores adultos, lo que desde entonces atentó contra la posibilidad de que las agendas de los no ciudadanizados formasen parte de ls escena política.
Además del concepto de “(des)fundación” recurriré aquí a otras categorías conceptuales, de las cuales resalto: “marcadores de certeza” y “provisión de sentido”, la diferencia entre “lo político” y “la política”, “acontecimiento” y “monarquía”.
La diferenciación entre “la política” y “lo político” tiene en la filosofía política una historia relativamente larga. Lo que aquí nos interesa recoger de esta diferenciación es que reconoce que en los procesos sociales hay dos racionalidades, la racionalidad liberadora (lo político) y la racionalidad instrumental (la política). Por otra parte, la diferenciación permite establecer tres momentos o dimensiones, como hace Lefort (1988), en las construcciones o reconstrucciones sociopolíticas: “lo político” o puesta en forma (mise en forme) de lo social; “la política” o puesta en escena (mise en scène) del gobierno; y la provisión de sentido (mise en sens) a lo anterior a través del lenguaje (discurso). “La política” (puesta en escena) es el conjunto de las instituciones y prácticas de la política convencional (normas, formas de acción, instituciones, formas de gobierno y sus modos de organizarse y actuar, etc.); es el espacio del poder en el que se manifiestan los antagonismos, conflictos y competiciones que son agenciados de diversos modos, desde las articulaciones, acuerdos y consensos hasta la dominación y el recurso a diferentes formas de violencia. La institucionalización y normalización del agenciamiento asegura un cierto orden, pero no necesariamente garantiza la legitimidad ni la eticidad de ese orden. Este espacio es disociativo en la medida en que se ve al otro no como un adversario con el que hay que convivir, sino como un enemigo al que hay reducir y, en el extremo, eliminar.
La categoría de “lo político” se refiere a la dimensión instituyente de la sociedad; es el “acontecer” auroral de un proceso que lleva a personas o grupos humanos a vivir juntos, sabiéndose diversos y estableciendo entre ellos relaciones (relaciones sociales) que suponen la existencia de conflictos, pero también la voluntad de agenciarlos acordadamente, a través de consensos, pactos y vinculaciones y sin necesidad de recurrir a marcadores permanentes e inamovibles de certeza. Se trata de una manera de construir sociedad que promueve el ejercicio de la libertad, que convoca a la deliberación participativa para identificar y proteger el buen vivir individual y colectivo y constituir una organización justa, racional y equitativa de la convivencia. Es el momento esencialmente asociativo que tiende a potenciar la “comunalidad” o socialidad de las personas y los colectivos sociales.
Tanto “lo político” como “la política” son dimensiones de la convivencia y, por tanto, racionalidades inseparables aunque sean contrapuestas. Las dos constituyen el mundo social, pero eso que se constituye necesita una “provisión de sentido” para que se nos vuelve inteligible, ofreciendo criterios e instrumentos para distinguir entre lo imaginario y lo real, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo permisible y lo prohibido, lo normal y lo patológico, etc. Esos criterios son “marcadores de certeza”, aunque su condición de tales no esté enraizada en leyes divinas ni naturales (el mundo de lo necesario) sino en consensos, acuerdos y pactos transitorios (el mundo de lo contingente). La ausencia de discursos que provean de sentido a los componentes básicos de lo social hace que estos transiten desarticuladamente o que se enfrenten de manera no “agonística” (una lucha en la cual el otro es y será siempre el adversario) sino “antagonística” (una lucha en la cual el otro es el enemigo) (Chantal Mouffe; 2000). Anotamos, aunque solo sea de paso, que la formación y la validez de esos discursos están, por otra parte, relacionadas con la constitución de hegemonías.
El tiempo del que nos ocupamos aquí se ubica, en general, en el momento en que la modernidad está todavía cuajando en instituciones, reelaborando su discurso en clave ilustrada, construyendo hegemonías y buscando fundamento y legitimidad para el poder y el saber. Se trata, por cierto, de una época en la que lo principal de lo que ocurre no son “hechos” sino “acontecimientos”(2) . Este concepto hay que entenderlo como referido al acto mismo de acontecer, como un “estar aconteciendo” que, aunque pasajero, se presenta como una oportunidad fundacional(3) que, precisamente por estar enraizada en la historia, convoca a pensar de nuevo la condición humana, las relaciones sociales, la función de la religión, el fundamento del saber y del poder y sus formas de funcionamiento e institucionalización, etc. . Lo “acontecimental” en Europa tuvo como señal de identidad la “liberación” (social, ética, política, simbólica, cognoscitiva, religiosa, comercial, etc.)(4) con respecto a antiguas servidumbres. En América, dada la existencia de colonizaciones, lo “acontecimental”, en cuanto fundacional y convocante, tuvo, en principio, un carácter dúplice aunque articulado: la “independización” y la “liberación”. La independización era la condición necesaria para la liberación, pero no la condición suficiente. En cuanto “acontecimental” y no solo fáctico o procedimental, los movimientos de independencia remitían a la independización con respecto a las metrópolis, pero convocaban también a la liberación de las servidumbres sociales impuestas por las colonizaciones.
Por otra parte, la tipificación que Lefort hace de la monarquía (1988: 16-17) es particularmente iluminadora para nuestro análisis. Además de contribuir a la preparación de las bases para el desarrollo del capitalismo, la monarquía, forjada generalmente en una matrix teológico.política, daba al rey un poder soberano y hacía de él una agencia secular y una representación de lo divino, reuniendo en su persona los rasgos de lo estatal y lo social pero desde la perspectiva de una separación inicial de estado y sociedad civil. Su poder, si no se trataba de un régimen despótico, estaba condicionado a Dios y a la ley, y desde esa posición, de legitimidad indiscutible, actuaba como mediador entre lo profano y lo sagrado, y más tarde, cuando avanzó la secularización, siguió haciendo la mediación entre los mortales y las agencias trascendentales representadas por la soberana Justicia y la soberana Razón. Este poder quasi-incondicional hizo que el rey fuese “en su propia persona, el garante y el representante de la unidad del reino. El reino mismo era representado como un cuerpo, como una unidad sustancial, de tal manera que la jerarquía de sus miembros, la distinción entre rangos y órdenes parecía descansar en una base incondicional. ” (17).
Lo que hace a esta respecto la democracia es precisamente disolver los “marcadores de certeza”(19) (políticos, epistémicos, éticos, etc.) del antiguo régimen, que estaban supuestamente basados en leyes divinas o naturales, y sustituirlos por otros de base contingente. Se inaugura, así, una historia en la que el pueblo experimenta una “indeterminación fundamental” con respecto a las bases del poder, de la ley, del conocimiento y de las relaciones sociales, incluyendo la división entre los que tenían el poder y los que estaban sujetos a él. No era ya posible asentar esas bases ni organizar esas relaciones apoyándose en leyes naturales ni sobrenaturales. Y, así, el conflicto se hizo más evidente y el cuestionamiento se volvió un componente habitual de la práctica social. Ni siquiera las ideologías, dedicadas a la tarea de restaurar las certezas, fueron capaces de poner fin a esas prácticas.
Termino esta introducción señalando, primero, que en el texto aparecerán otras categorías que aquí no he mencionado (hegemonía, diferencialidad y equivalencialidad, democracia antagónica y democracia agónica, etc.,) y, segundo, que voy a presentar aquí el análisis solo de los documentos básicos de la “puesta en forma” del gobierno republicano, aunque sé que para entenderlos a cabalidad habría que referirse a los oros “acontecimientos” como el proceso bélico o la elaboración discursiva. En el trabajo general del que este es solo una parte se incluyen esas otras dimensiones.