José
Ignacio López Soria
Publicado en: Innovación.uni. Revista de la Universidad
Nacional de Ingeniería. Lima: UNI, 1er. semestre 2010, p. 29-30.
Cuando
el polaco Eduardo J. de Habich llegó al Perú en 1869 nada hacía sospechar que
haría de nuestro país su segunda, si no primera, patria. Venía contratado por
dos años por el gobierno de José Balta, en una época en la que la explotación
del guano permitió al Perú reincorporarse al mercado mundial y emprender un
proceso acelerado de modernización. La modernización se llamaba entonces
construcción de ferrocarriles y caminos,
exploración y explotación de yacimientos mineros y recursos energéticos,
canalizaciones e irrigaciones para incrementar la producción agrícola y
facilitar la constitución de grandes haciendas en la costa, gestión racional
del territorio, habilitación de servicios urbanos, etc. Dinero para este
proyecto “civilizador” no faltaba, lo que faltaba eran directrices y liderazgos
políticos claros, hegemonías construidas acordadamente, competencias técnicas
para diseñarlo y operarlo, y una fuerza de trabajo suficientemente calificada e
incorporada a los beneficios que el proceso modernizador producía.
No
es éste el lugar para abundar en detalles sobre este proceso. Quiero sólo
señalar que gobernantes como Echenique, Balta y Manuel Pardo supieron caer en
la cuenta de que no era posible afrontar todas las tareas técnicas del proyecto
modernizador con los pocos ingenieros peruanos formados en el exterior. Además
de ocupar racionalmente a éstos, había
que traer ingenieros y arquitectos del exterior y pensar en la creación de
centros de formación de ingeniería y arquitectura. Se pensaba entonces que
correspondía al Estado, como
portador por excelencia de la racionalidad moderna, organizar el
desarrollo y gestionarlo. Por eso se
crea el Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado, que reunía a los
profesionales técnicos peruanos y extranjeros que se encargaban del diseño,
preparación de las licitaciones y supervisión de las grandes obras
públicas.
Entre
los primeros ingenieros contratados en el exterior estuvieron el polaco Malinowski y los franceses Chevalier y
Farragut, quienes llegaron al Perú en 1852. El intento de crear con ellos una
primera escuela para la formación de ingenieros no tuvo éxito y el Perú siguió
convocando a profesionales extranjeros para enriquecer el cuerpo técnico al
servicio del Estado. Fueron llegando,
así, Walkulski, Folkierski, Babinski, Chatenet, Delsol y Kruger, entre otros.
En 1869 llega Habich, con 34 años,
después de haber pasado por la Escuela Militar de San Petersburgo
y, principalmente, por la
Escuela de Puentes y Calzadas de París, y luego de haber defendido a su patria
contra la invasión zarista, dirigido la Escuela Superior Polaca de París y
desempeñado tareas de ingeniería en Francia.
Las
primeras misiones de Habich en el Perú le llevan al sur: estudia la posibilidad de irrigar las pampas
de Tamarugal y aumentar el caudal del río Tarapacá, hace estudios sobre el río
Laoca y el valle de Azapa, analiza luego el
valle Locumba y se pone a órdenes del prefecto de Moquegua para
encargarse de las obras públicas de ese departamento. Se le pide luego el
proyecto para la construcción de un hospital en Arica. Y pasa finalmente a Lima
en donde la Junta Central de Ingenieros –órgano directivo del
mencionado Cuerpo de Ingenieros- le destina, ya en 1972,
a reparar el ferrocarril Callao/La Oroya y le encarga otros trabajos
relacionados con la red ferrocarrilera.
En
1872, el gobierno le incluye en una comisión encargada de reformar el
reglamento del Cuerpo de Ingenieros para mejorar el desempeño de los
profesionales técnicos que estaban al servicio del Estado. Pero la reforma
tenía también como objetivo asegurar la debida formación a los jóvenes
que, con
una preparación técnica o científica previa (adquirida, por lo general,
en la Escuela de Artes y Oficios o en la Facultad de Ciencias de San Marcos),
pretendían trabajar en el mencionado Cuerpo y escalar por los diversos niveles
hasta ser reconocidos como ingenieros o arquitectos. Esta vía –experiencia de
trabajo más estudio de temas teóricos- duró poco tiempo, pero fue un paso
importante hacia la creación de la Escuela de Ingenieros.
La
obra principal Habich es, sin duda, la
fundación y conducción (1876-1909) de la Escuela de Construcciones Civiles y de
Minas del Perú (la UNI de hoy). La creación misma es fruto, principalmente, del
espíritu emprendedor del presidente Manuel Pardo y de Habich, un hombre
convencido de que el desarrollo material y humano y la gobernabilidad de
un país pasaban por la construcción de vías de comunicación, la explotación
racional (técnica y científica) de los recursos naturales y la inserción en el
mercado mundial.
Para
materializar la idea, el presidente Pardo incorpora a Habich y Folkierski en
1875 a la comisión que preparaba un proyecto de Reglamento General de
Instrucción Pública. El proyecto salió como ley en 1876 y en él se creaba la
Escuela de Construcciones Civiles y de Minas, que fue inaugurada el 23 de julio
del mismo año para impartir dos carreras: ingeniería civil e ingeniería de
minas.
El
funcionamiento de la Escuela se vio seriamente dificultado por la ocupación chilena
de Lima: dedicación del local a cuartel, saqueo de enseres, biblioteca y
laboratorios, despojo del fondo financiero (proveniente del impuesto a las
minas), etc. Pero Habich no cejó en el
empeño de continuar su obra. Convocó a los alumnos, los hizo transitar por
locales temporalmente prestados, graduó a los primeros egresados y sacó los
primeros números de la Anales de Construcciones Civiles y de Minas del Perú.
Al
proceso de restauración que siguió a la guerra, Habich aportó lo mejor de sus
capacidades. Consiguió reequipar a la Escuela, trasladarla a un nuevo local,
aumentar las especialidades (agrimensores de minas, agrimensores de predios
rústicos y urbanos, ingenieros industriales e ingenieros electricistas, dejando
en preparación las carreras de ingeniería mecánica y arquitectura), incrementar
el número de alumnos y graduados, y poner en marcha la publicación mensual
del Boletín de Minas, Industrias y
Construcciones.
Pero,
además de la Escuela y sus 276 ingenieros egresados y 37 peritos agrimensores,
Habich le dejó la Perú Escuelas de Capataces en varios asientos mineros, y
contribuyó como pocos al empadronamiento de las minas y la recaudación del
impuesto minero, la introducción del Sistema Métrico Decimal, el desarrollo de
la Sociedad Geográfica, la implantación del Observatorio Astronómico, y la
preparación y aprobación del nuevo Código de Minería. Por otra parte, los numerosos artículos escritos
por Habich promovieron la explotación racional y la transformación de los recursos naturales, además de dar a
conocer posibilidades de inversión al
capitalismo nacional e internacional.
Recordar
hoy a Habich, 100 años después de su desaparición, es traer a la presencia a
alguien que puso todas sus competencias, y no eran pocas, al servicio de la
modernización del Perú.
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