José Ignacio
López Soria
Presentación del libro: Rodríguez Rea, Miguel Ángel y
Nelson Osorio Tejada (ed.). La filosofía
como repensar y replantear la tradición. Libro de homenaje a David Sobrevilla.
Lima: URP/Editorial Universitaria, 2011. 28 junio 2012.
Introducción
No deja de ser significativo
que un libro de homenaje a un filósofo se abra con poesías. En el breve poema “Synopsis”
-un título que remite a una disposición tal de elementos diversos que al
mirarlos se puedan descubrir sus relaciones mutuas-, Javier Sologuren,
probablemente sin pretenderlo conscientemente, nos pone ante los ojos las tres
maneras de darse del ser, lo sagrado, lo natural y lo humano, es decir el tema
por excelencia de la filosofía. El poeta se atreve incluso a mostrar los signos
de lo sagrado (el cielo y los dioses) y de lo natural (la tierra y sus
productos), pero para lo humano no tiene sino la pregunta: “dónde / dónde / los hombres”. El hombre
habita junto a esos signos, pero él mismo no es signo sino pregunta, lugar de iluminación
de sí mismo, de lo natural y de lo sagrado.
Por su parte, Carlos Germán Belli, en “La edad gastada”,
poema igualmente incluido en este homenaje, se ocupa de recordarnos que ese ser, que es pregunta e iluminación, sabe
que tiene historia; se lo dicen sus arrugas y sus canas “al
mirarse él en el fiel espejo”. Pero “… el
mundo tiene la fortuna / de nunca poder ver / en el espejear de los quietos
lagos/ cada mañana al empezar el día / ni un signo de su edad inescrutable.”/.
Como lo sagrado, lo mundano es ciego para sí mismo. Tiene historia como suceder,
dado que cada mañana empieza el día, pero no lo sabe. Solo la mirada del hombre
puede convertir ese suceder en historicidad.
En apenas unas líneas, la
poesía ha conseguido llevarnos al centro mismo del filosofar, convocándonos a
pensar lo que más merece que pensemos, que somos iluminación e historia. Considero
un acierto haber comenzado esta serie de textos en homenaje a David Sobrevilla con
poemas –dedicados a él y China- que recuerdan la relación que hay entre creación
artística, especialmente poesía, y
filosofía, una relación que David ha trabajado con especial esmero. Hasta me
atrevería a decir que el encuentro fecundo de eso que apunta en los poemas
mencionados, historicidad e iluminación, constituye el vector principal del
trabajo filosófico de Sobrevilla.
Descripción del libro
Después de los poemas
mencionados, los editores –el peruano Miguel Ángel Rodríguez Rea y el chileno
Nelson Osorio, cuya labor es preciso resaltar- agrupan las contribuciones por
temas genéricos: 13 artículos de filosofía, ética, y estética, crítica cultural
y crítica de arte, en primer lugar; vienen después 4 trabajos de derecho,
filosofía del derecho y política; siguen luego 5 textos de historia e historia
de las ideas en América Latina; para terminar con 3 estudios sobre la obra de
David Sobrevilla, una exhaustiva reseña bibliográfica de la producción de
nuestro autor y dos presentaciones en homenajes anteriores de estudiantes de
filosofía y de la Escuela de Filosofía de San Marcos.
Ya la participación de un
total de 29 autores habla por sí misma
tanto de la amplitud de las relaciones profesionales y amicales de David
Sobrevilla cuanto del reconocimiento y el afecto de quienes tenemos la suerte
de tenerle como colega y amigo. Hay que ponderar, además, que entre los participantes
en este homenaje hay, por cierto, peruanos, pero abundan también los extranjeros,
procedentes de países como Argentina, Colombia, Chile, México, Venezuela,
Canadá, Alemania, España, Inglaterra e Italia. El grueso de los colaboradores
está compuesto por filósofos, pero no faltan historiadores, juristas,
lingüistas y críticos de literatura.
De entre los
establecimientos académicos que participan en este reconocimiento a Sobrevilla
destaca, en primer lugar, la Universidad Ricardo Palma, institución que Iván
Rodríguez Chávez y el equipo que la conduce han conseguido posicionar protagónicamente
en el quehacer intelectual peruano al acoger a eminentes intelectuales como
Francisco Miró-Quesada, Estuardo Núñez, José Matos Mar, Aníbal Quijano y el
propio Sobrevilla, y al dar a luz textos como el que hoy presentamos, sin
olvidar, por cierto, la reciente publicación de Perú: Estado desbordado y sociedad nacional emergente de Matos y la
colección en 10 volúmenes de escritos de Francisco Miró-Quesada Cantuarias. Los
colaboradores en el homenaje proceden, en primer lugar de la Universidad de San
Marcos, como no podía ser de otra manera, pero proceden también de otras
universidades peruanas, como la Pontificia Universidad Católica del Perú, la
Universidad de San Agustín de Arequipa, la Universidad San Antonio Abad del
Cusco, la Universidad Nacional de Ingeniería, la Universidad Antonio Ruiz de
Montoya y la Universidad Científica del Sur, y de universidades extranjeras
emplazadas en Montreal, Barcelona, Berlín, Liverpool, Siena, Carabobo, Bogotá,
México, Buenos Aires y Santiago de Chile, y de otras instituciones académicas
como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y del
Instituto de Estudios Budistas de Buenos Aires.
De los asuntos tratados en el
libro no es posible ocuparse, por su gran variedad. Baste decir que algunos
colaboradores se comentan a autores como Mill, Wittgenstein, Gadamer, Kant,
Bergman, Tomás de San Martín, Jorge Millas, Mariátegui, Giuseppe Rensi y el
propio Sobrevilla, mientras que otros abordan más bien temas o aspectos de de
temas históricos, filosóficos,
jurídicos, literarios, etc. como –y doy solo ejemplos- empirismo, existencialismo, budismo, interculturalidad,
contractualismo, dignidad humana, identidad, arte pictórico, presidencialismo,
democracia, insurrecciones indígenas del XVIII, etc.
Algunos comentarios
Mi primer comentario es
sobre el título del libro, “La filosofía como repensar y replantear la
tradición”. Este título sugiere que el pensar y replantar la tradición
filosófica es una manera de hacer filosofía, que se distingue, por cierto, de
la mera “historia de la filosofía” o reconstrucción de lo que otros pensaron,
actividad esta última necesaria y hasta imprescindible, pero que es más
historiográfica que filosófica porque se limita, cuando es solo crónica, a
registrar ordenadamente lo pensado dejándolo en la definitividad de su haber
sido. Sin embargo, el repensar y
replantear lo ya pensado nos sitúa en el ámbito del diálogo que el quehacer
filosófico establece con el pasado de nuestro propio presente, trayendo ese
pasado a la presencia, con lo cual, en primero lugar, se provee de dignidad a
nuestros antepasados al considerarlos portadores de mensajes que nos convocan
aún al pensamiento y, en segundo lugar, se da densidad histórica a nuestro
pensar el presente. Y, así, esta manera de hacer filosofía nos lleva a
asumirnos como miembros de una determinada comunidad de pensamiento que se
nutre de su propia experiencia histórica
y, concretamente, del modo como ha procesado filosóficamente esa experiencia. Importante
a este respecto es que ese repensar lo ya pensado, por un lado, acierte a dar
con las preguntas de las que lo ya pensado es la respuesta y, por otro, explore
los ámbitos de lo todavía no pensado. Hasta me atrevería a decir, al hilo de
las reflexiones del propio Sobrevilla, que la filosofía “anatópica” es, en el
fondo, respuesta sin pregunta propia,
mientras que la filosofía “situada”, la que Sobrevilla practica, es la búsqueda
afanosa de respuestas a preguntas que nos vienen del horizonte que nos provee
de sentido.
Curiosamente, y es mi
segundo comentario, quienes se ocupan directamente de la obra de David
Sobrevilla, los últimos seis textos del libro, subrayan que lo más relevante
del trabajo intelectual de David es precisamente haber contribuido como pocos a
repensar y replantear nuestra tradición filosófica.
Horacio Cerutti Guldberg,
recogiendo afirmaciones anteriores de María Luisa Rivara de Tuesta y
ateniéndose a los escritos del propio Sobrevilla, dice de este que “ha mantenido su esfuerzo incansable hacia la
consolidación de un filosofar peruano profesional, disciplinado, pertinente,
académico, bien fundado, responsable.” (p. 408). Con estas valoraciones sobre
el trabajo de Sobrevilla, Cerutti está sugiriendo que la actividad
estrictamente académica del maestro sanmarquino se da en coherencia con un
compromiso moral que tiene que ver, primero y principalmente, con la devoción
por la verdad y la búsqueda de ella procesando teóricamente, con rigurosidad
metódica y en perspectiva universalizable, nuestras propias condiciones de
existencia y nuestra experiencia histórica.
Octavio Obando, por su
parte, considera que la tarea que Sobrevilla se propuso, siguiendo la impronta
de Augusto Salazar Bondy pero reformulándola, consistió en apropiarse del
pensamiento filosófico occidental, someterlo a crítico y reconstruir y
replantear los problemas filosóficos “considerando
los más altos estándares del saber y, al mismo tiempo, la peculiaridad de la
realidad peruana y latinoamericana y a partir de sus necesidades concretas.”
(p. 423)
Rubén Quiroz –quien, en
algún aspecto, el de promotor incansable de actividades filosóficas, me hace
recordar al Sobrevilla de los años mozos- confiesa que aprendió de su profesor
el cultivo de “la virtud de la reflexión”
(p. 437) y pondera su coraje civil y su compromiso con la verdad y la ética,
manifiestos en la renuncia a la docencia en San Marcos con motivo de la
intervención de la universidad por “la
nefasta dictadura de Alberto Fujimori.” (p. 437). Quiroz señala, además,
como aporte fundamental de Sobrevilla el haber contribuido, con sus trabajos
sobre la historia de la filosofía en el Perú, a reposicionar la filosofía
peruana en el circuito académico latinoamericano, fortaleciendo una tradición
que Francisco Miró-Quesada, Augusto Salazar Bondy y María Rivara de Tuesta habían
también cultivado con esmero.
Finalmente, Zenón Depaz
subraya del trabajo de David Sobrevilla el énfasis puesto “en el valor de la tradición como constituyente decisivo de las
comunidades de vida, de sus posibilidades de renovación y su continuidad
histórica.” (p. 469). Se trata, por cierto, de una tradición viviente,
cultural e intelectualmente múltiple, que Sobrevilla se encarga de “repensar”
en varias de sus dimensiones: filosófica, en primer lugar, pero también
estética, artística, literaria y jurídica. Como los anteriores comentaristas
sanmarquinos, Depaz pone de relieve la condición de maestro de Sobrevilla,
dando cuenta de su trabajo de acompañamiento y guía a los alumnos, y añade su
apertura a la interculturalidad y a la heterogeneidad. Y, coincidiendo con Cerutti y con todos los
que conocemos la obra de David, Zenón Depaz reafirma el carácter rigurosamente
académico del trabajo de Sobrevilla.
Amigo David, como puedes
ver, el libro que hoy presentamos es un testimonio claro de que tus alumnos te
siguen, te estiman, te quieren, y de que tus colegas gozamos de tu amistad y
nos enriquecemos con tu sabiduría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario