Carta
de José Ignacio López Soria
A juzgar
por los últimos acontecimiento pareciera que el problema educativo se centra en
si va o no el inciso c del artículo 53 de la Ley de Reforma Magisterial: no
aprobar por tercera vez la evaluación de desempeño es causa de retiro de la
carrera.
El
mencionado inciso se puede dejar como está o se puede morigerar e incluso
eliminar, pero la educación seguirá siendo la cenicienta en los presupuestos y
la última de las preocupaciones políticas mientras sigamos con un “patrón de
sociedad” que no necesita educación de calidad. Que no busca calidad efectiva,
sino solo cacareada.
Lo cierto
es que el “patrón de sociedad” que mantenemos en “piloto automático” no insume
educación de calidad ni en el mundo de la política ni en el de la economía. Lo
que sí hace ese patrón es afincar una contradicción entre los ámbitos político
y económico, de un lado, y el educativo, del otro.
De los
primeros diríase que “todo está permitido”, por eso imperan alli la improvisación,
el privilegio, el rentismo, el privatismo, la inequidad, cuando no la
corrupción; mientras que en el mundo de la educación se están introduciendo,
con variable éxito, las prácticas de la meritocracia y la innovación.
Es decir,
estamos tratando de que la educación se “ponga al día”, y ello es fundamental, pero,
al mismo tiempo, permitimos que la política y la economía sigan en prácticas
primitivas, como el clientelismo político y la centración económica en la exportación
primaria.
Mientras exigimos,
y con razón, que la educación juegue en primera división, nos aferramos a un
patrón social (político y económico) de tercera división. Con una educación realmente
de calidad y asentada en principios éticos tendríamos al final un mundo adulto sobrecalificado
para una realidad política y económica tan chata como la nuestra.
Naturalmente
no pretendo que la nivelación sea por abajo. No es que haya que arriar las
banderas del mejoramiento educativo para acomodar la educación a la chatura de
la política y la economía. [Pero lo que sí hay que hacer, precisamente para que
los esfuerzos por la pertinencia y calidad de la educación tengan sentido y sean
sostenibles, es olvidarnos del “piloto automático” y tomarnos en serio la
ineludible necesidad de diseñar y llevar a la práctica un patrón social
(político y económico) que realmente se alimente de educación de calidad. Se
constituiría así una coherencia interna entre educación, política y economía
que es la mejor garantía de que las cosas marchen como es debido.]
Otro gallo
cantaría, digo yo, si se pensase la solución no solo del petitorio del
magisterio en huelga, sino de los problemas que la huelga pone al descubierto,
a la luz de una concurrencia mutuamente potenciadora entre educación, política
y economía.
N.B.: Entre corchetes [ ] lo no incluido, por razones de espacio, en el
texto aparecido en La República,
Lima, 28 ago. 2017, p. 4.
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