José
Ignacio López Soria
Publicado en: Gaceta cultural del Perú. Lima,(16), p. 16, febr. 2006.
En
los dominios de la cultura, el divorcio entre el Perú real y el Perú oficial,
del que hablara Basadre, sigue vigente. Si algo necesita el Perú oficial es
reconciliarse con la diversidad cultural que nos caracteriza. Tengo para mí que
el Perú no es culturalmente viable mientras no asumamos como propia la
diversidad (de lenguas, valores, sistemas simbólicos, saberes, conocimientos,
creencias, experiencia acumulada de trabajo, etcétera) que nos enriquece. El
Perú oficial, empeñado desde antiguo en construir homogeneidad, entendida
modernamente como piedra angular del Estado-Nación, no ha tenido ojos para ver
la diversidad o, cuando los ha tenido, ha sido para considerar la diversidad
como desventaja. Lo “otro”, lo considerado diverso, quedó condenado a la
desaparición, la marginación o la asimilación al proyecto de modernidad
occidental con pérdida de sus propias pertenencias culturales. Pero la
diversidad no solo ha resistido a los embates homogeneizadores. Mirko Lauer,
refiriéndose a América Latina, ha escrito recientemente “El tema de un revival
cultural andino empieza a ocupar el centro del escenario político en la región.”
(La República, 25/01/2006, pág. 6). Los pueblos andinos y, en su tanto, los
amazónicos y los afroperuanos han decidido tomar la palabra. Tener en cuenta
esa palabra para articular, dialógicamente, un proyecto societal y cultural
inclusivo que, más allá de la tradicional tolerancia, asuma la diversidad como
fuente de gozo y riqueza es, a mi juicio, el único camino que nos queda para
una convivencia digna entre las diversidades que poblamos este país. Y mientras
los “otros” dicen su palabra, nos toca a “nosotros” renuncia definitivamente a
la autoatribuida universalidad para entendernos también como particulares, con
una particularidad que será digna de ser tenida en cuenta solo si sabe
reconocer los derechos y las pertenencias culturales de los demás.
Imagino
el futuro cultural del Perú como una convivencia enriquecedora y dialogante de
lenguas, sistemas simbólicos, creencias, conocimientos, saberes, valores,
nociones de vida buena, etcétera, enraizada en nuestras mejores tradiciones y
animada por la decisión compartida e institucionalizada de vivir dignamente
juntos sin renunciar a nuestras pertenencias. Ese futuro no es una meta sino un
camino que tenemos que comenzar a transitar hoy.
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