José Ignacio López Soria
Pobre,
simplón, desinformado y hasta conservador, por occidentalizante, el artículo de Leonardo Boff sobre Trump y sus fechorías (“Trump:
¿una nueva etapa de la historia”. Ver en: (http://www.servicioskoinonia. org/boff/articulo.php?num=815).
Se
refiere Boff a "la erosión de las
referencias de valor" y atribuye a este fenómeno la causa principal de la
deriva hacia la aventura conservadora y reaccionaria a lo Trump. Pero
Boff no dice que esas "referencias de valor" son las occidentales ni
que esa "única humanidad" ha sido pensada y se ha tratado de
construir desde categorías occidentales. Es más, confunde las cosas cuando
afirma que la actual pelea por ese orden reaccionario es consecuencia de la
emergencia de la sociedad líquida y del "todo vale" postmoderno. Sin
saberlo probablemente, se pone del lado de Daniel Bell, aquel
sociólogo/filósofo americano que pensaba a mediados del siglo pasado que el
único remedio para impedir el desmoronamiento de la sociedad burguesa era
volver a la vieja ética del protestantismo ascético (que estudiara Weber). Digo
más. Las perspectivas postmodernas -que son eso, "perspectivas", y no
simplezas como la de "every thing goes" (expresión que no he
encontrado en ningún postmoderno serio), se orientan precisamente a explorar
dimensiones nuevas de la posibilidad humana, esas que no podían surgir por el
carácter precisamente coercitivo de las predicadas "referencias de
valor". Gracias a esas búsquedas ha sido posible valorar la diversidad y
proponer la interculturalidad como "el principio esperanza" (a lo
Bloch) de nuestro tiempo.
Boff tampoco dice que la idea del
"destino americano" no es sino la expresión -en clave moderna pero
revejida- del misionerismo supuestamente civilizatorio y salvífico del
Occidente de siempre, heredero, a su vez, de enraizadas tradiciones
judeocristianas.
¿Qué hacer frente al occidentalismo
americanizado y reaccionario de Trump? ¿Volver a los "marcadores de
certezas" de siempre y hasta rezarle a la divinidad que en Occidente
aprovechamos sabiamente para sacralizar todos nuestros atropellos?
¿Formar una aguerrido y unificado ejército de avezados predicadores de valores
universales que, de paso, descalifican al oponente por considerarlo narcisista
y psicópata? ¿No sería mejor, digo yo, reconocer que Trump no es sino un fruto
desembozado, desenmascarado, sin afeites, de aspectos fundantes de nuestras
propias tradiciones, esas que para imponerse y lanzar sus probablemente últimas
bocanadas necesitan ahora ya recurrir abiertamente a la violencia? ¿No sería más
efectivo, digo yo -sin considerarme un experimentado estratega- optar por una
guerra de guerrillas, una guerra de desgaste del enemigo mayor valorizando
nuestra diversidad, exigiendo que sea respetada, buscando su articulación con
otras, solidarizándonos efectivamente con ellas cuando son atropelladas y, por
tanto, obligando a ese poderoso enemigo a cambiar de estrategia a cada rato,
teniendo que vérselas con todos pero no juntos sino con cada uno al mismo
tiempo?
En cualquier caso, no es, como
propone Boff, volviendo a las supuestamente "buenas" andadas como se
enfrenta este nuevo embate de la secular agresividad del poder.
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