José Ignacio López Soria
Publicado en: (abril
1988). Huaca, Revista de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes
de la UNI. Lima, (2), p. 4-9.
El concepto de modernidad es evidentemente polisémico. Es necesario, por
tanto, iniciar la reflexión como lo haría la más genuina tradición escolástica,
por la definición del término.
Desde la perspectiva de la historia,
que es la que aquí escogemos para abordar el tema, el concepto de modernidad
remite a “nuestro presente”, es decir a la etapa histórica que se inicia en la
segunda mitad del siglo XVIII, que reconoce y asume las etapas anteriores de la historia occidental
como “pasado del propio presente” y que tiene la posibilidad objetiva de
decidir en el presente “el futuro del propio presente”.
Esta primera aproximación al
concepto de modernidad, aunque más relacionada con la extensión –en este caso
temporal- del término, recoge sin embargo un aspecto fundante de la modernidad:
la historicidad. El hombre moderno es (o puede ser) a cabalidad un “ser
histórico” porque puede no solo conocer el pasado histórico sino reconocerlo y
asumirlo como “pasado del propio presente”, y porque además, cuenta con la
posibilidad objetiva de decidir el futuro en el presente. Esta invasión del
pasado y el futuro por el presente y su correlativa forma de conciencia
histórica constituyen los fundamentos de la historicidad y abren, por primera
vez, la posibilidad de realización plena del “ser histórico”. No es raro por
tanto, que las preguntas fundamentales de la existencia histórica –qué somos,
de dónde venimos y a dónde vamos- se le planteen al hombre de la modernidad
como interrogantes individual y colectivamente ineludibles y que le obliguen a
buscar respuestas que le comprometen enteramente.
Pero una aproximación solo
extensiva al concepto de modernidad, por más que implique ya ciertos aspectos
referibles a la connotación, es insuficiente. Se requiere, además, de una
caracterización de “nuestro presente” para darle contenido al concepto de
modernidad.
Ágnes Heller, en Teoría
de la Historia (Barcelona: Ed. Fontamara, 1982. Tr.
por J. Honorato) principalmente, pero también en Crítica de la Ilustración (Barcelona: Ed. Península, 1984. Tr. por G. Muñoz y
J.I. López Soria), ha intentado una caracterización de “nuestro presente”
condesando en tres los componentes fundamentales de la sociedad que se inaugura
en la segunda mitad del siglo XVIII: el capitalismo, la industrialización y la
sociedad civil. Estos tres elementos constituyen las categorías fundamentales
(o “formas de existencia”, en terminología de Marx) de la modernidad.
Cada uno de estos
componentes tiene su propia lógica o su propia dynamis. La modernidad
comienza cuando las tres lógicas se encuentran, aunque sea conflictivamente, al
mismo tiempo y en el mismo espacio. Esto supone que la modernidad no comienza
al mismo tiempo en todas y cada una de las sociedades que componen el mundo
occidental. Se trata, más bien, de un proceso que conoce diversos ritmos y en
el que generalmente la lógica del capitalismo precede a la de la
industrialización y esta a la de la sociedad civil. Solo cuando las tres
lógicas se encuentran se constituye propiamente la modernidad plena. Lo que
significa que la presencia activa de una de las lógicas –la del capitalismo,
por ejemplo- no asegura el inicio de la modernidad. Esto es exactamente lo que
suele ocurrir en los países periféricos, que entran a formar parte del sistema
pero sólo como exportadores de materias primas e importadores de manufacturas,
es decir como sujetos pasivos de la lógica del capitalismo.
La lógica del capitalismo,
portada originariamente por el mercader de “pies polvorientos” del final del
Medioevo, apunta esencialmente a la universalización del mercado, pero conlleva
también la subordinación y dominación del desarrollo económico de unos países a
otros. La lógica de la industrialización, cuyo portador típico es el “capitán
de empresa” de la Revolución Industrial, se orienta hacia la universalización
de las maneras de producir los bienes materiales y de reproducir las
condiciones de existencia social, pero se hace también inseparable de la
explotación de unos hombres por otros y de la cosificación e
instrumentalización de los individuos. Finalmente, la lógica de la sociedad
civil, que se manifiesta pregnantemente en las masas parisinas entonando “le
jour de gloire est arrivé” (el día de gloria ha llegado) y agitando la consigna
de “libertad, igualdad, fraternidad”, apunta como horizonte posible y deseable,
a la democratización de la sociedad, a la igualación real de las oportunidades
y a la socialización del poder, es decir a la real universalización de “los
derechos del hombre y del ciudadano”
La sociedad inestable y el individuo problemático
Sometida al mismo tiempo,
pero con diversas intensidades, la sociedad moderna a estas tres lógicas, no es
raro que su equilibrio sea inestable ni que la contradicción sea,
paradójicamente, el cemento que liga, aunque sea de manera conflictiva, a los
tres componentes.
Cada una de las lógicas se
constituye en hontanar de alternativas (sociales, económicas, éticas,
políticas, estéticas) que pugnan entre sí por el dominio o por la hegemonía
sobre la totalidad social. De ahí la rica pero entrecruzada y abigarrada
presencia de alternativas que interpelan, individual y socialmente, al hombre
de la modernidad posibilitándole y exigiéndole elegir pero dificultándole, como
nunca antes, el saber exactamente a qué atenerse. De ahí también el carácter
raigalmente problemático del hombre de la modernidad.
No es raro, por tanto, que
la conceptualización filosófica, la exploración científica y la refiguración
estética de las formas de vida en la sociedad moderna hayan tenido que
privilegiar el carácter esencialmente inestable de la sociedad y el talante problemático
del individuo de la modernidad. Recordemos, solo como ejemplos al paso, el “o
lo uno o lo otro” de Kierkegaard, la
“condenación a ser libres” de Sartre, la “historia como hazaña de la libertad”
de Croce, el “hombre problemático” del joven Lukács, el surgimiento y evolución
de la novela como género característico de la modernidad, el “hombre sin
atributos” de Musil, la crítica de la unidimensionalidad por Marcuse, la
exploración del subconsciente por Freud
y los psicoanalistas, la indagación de dimensiones nuevas de la existencia
humana por el arte de vanguardia, etc., etc.
En el trasfondo de la
problematicidad que, individual y colectivamente, nos aqueja se encuentran las
contradicciones que se derivan de la coexistencia conflictiva de las tres
lógicas señaladas. No puedo entrar aquí a desenmadejar ese abigarrado mundo de
contradicciones que, como hemos indicado, constituye la argamasa del edificio
de la modernidad. Voy a referirme exclusivamente a una contradicción
fundamental que, por lo demás, presenta mil manifestaciones: la que existe
entre, por un lado, las lógicas del capitalismo y de la industrialización y,
por otro lado, la lógica de la sociedad civil. Pero antes tengo que hacer tres
anotaciones.
He dicho, en primer lugar,
que la contradicción es el cemento o argamasa que liga los componentes
fundamentales de la sociedad moderna. Pero esta afirmación es, aparentemente,
paradójica. ¿Cómo puede ligar lo que repele? La esencia del aporte de Hegel a
la historia del pensamiento radica precisamente en el descubrimiento del
carácter vinculante y necesario de la contradicción. Las formas de existencia
social generan, ineludiblemente y de su propio seno, otra forma social
contraria que no sólo coexiste con ellas sino que les es imprescindible para
seguir existiendo. El ejemplo clásico, formulado por Marx desde la dialéctica
hegeliana, es la pareja burguesía-proletariado, dos formas de existencia social
contradictorias, cada una de las cuales se constituye y se afirma por negación
de su contraria. La elevación de la contradicción a categoría fundamental de la
existencia histórica y de la elaboración conceptual de la realidad permite que
se inicie el proceso de reconciliación
del pensamiento con la realidad.
La segunda anotación que
quería hacer está ya implícita en la primera. Desde las investigaciones de
Hegel, el problema de la contradicción real y de su elevación a conciencia se
constituye en piedra angular no sólo de la reflexión filosófica sino de la
exploración científica, de la refiguración artística y de la valoración ética.
No hay ya manera de saber a qué atenerse sin reconocer y asumir la presencia de
la contradicción como ambiente natural e ineludible de las formas de existencia
social en la modernidad. Desconocer esta realidad y eludir el compromiso que
ella exige es, de suyo, una toma de posición que no queda sin consecuencias en
la producción filosófica, científica o artística ni en las actitudes éticas.
La última anotación tiene
por objeto salir al paso de un posible malentendido. La escasa alusión que aquí
hacemos a las contradicciones entre las clases puede llevar a pensar que
tratamos de eludirlas a pesar de que ellas constituyen piedra angular de la
revolución teórica de Marx y de las lecturas marxistas de la realidad social.
No se niega aquí la importancia teórica y práctica del reconocimiento de la
contradicción de intereses entre las diversas clases que componen la sociedad
civil. Pero la perspectiva que adoptamos es más englobante: asume la sociedad
civil como un todo –no armónico, por cierto- y analiza el problema de la
contradicción entre su lógica y las lógicas de los otros componentes
fundamentales de la modernidad. Descubrimos así las contradicciones a las que
llamaríamos “de primer nivel”, por oposición a las que se dan en el seno de la
sociedad civil, a las que calificaríamos de contradicciones “de segundo nivel”.
Reconocemos, además e inseparablemente, que entre estos dos niveles hay
múltiples relaciones que aquí no examinaremos en detalle. Y finalmente
señalamos que el relativo estancamiento teórico del marxismo y su relativo
distanciamiento de una postulación utópica capaz de interpelar y movilizar a
los individuos de esta etapa de la modernidad se deben, en gran medida,
precisamente a la pérdida de la perspectiva de la totalidad (del primer nivel)
y a su fijación teórica y práctica en las contradicciones entre intereses de
clase (segundo nivel). Si la fijación exclusivista en el primer nivel conduce a
postulaciones irrealizables que no le
hacen mella alguna al sistema, el anclamiento igualmente exclusivista en el
segundo nivel desemboca, con demasiada frecuencia, en este “realismo político”
que termina dándole primacía a la lógica de la industrialización.
La contradicción entre las lógicas
Volvamos ahora al tema
principal: la cuestión de la contradicción entre, por un lado, las lógicas del
capitalismo y la industrialización y, por otro lado, la lógica de la sociedad
civil.
Lo primero que hay que
señalar, para ser fiel a las anotaciones indicadas, es que esta contradicción
es necesaria: las lógicas del capitalismo y de la industrialización
necesariamente, aunque sea a pesar de sí mismas, tienen que generar la lógica
de la sociedad civil. Sabemos que, en época de crisis de supervivencia, las dos
primeras lógicas tratan de reducir tendencialmente a cero la vigencia de la
tercera lógica, pero no pueden hacerlo de manera absoluta, primero porque se lo
impide el “coraje civil” y, segundo, porque si lo consiguieran socavarían las
bases de la modernidad y atentarían contra su propia supervivencia. Pero hay
que señalar también que la lógica de la sociedad civil, orientada hacia la
universalización de los derechos del hombre y del ciudadano, exige como
condición de posibilidad la universalización del mercado y las formas de
producir y reproducir la sociedad. Esta exigencia objetiva, y no solo los
postulados éticos de la lógica de la sociedad civil, constituye también el
fundamento del “internacionalismo socialista”. La exigencia, para la lógica de
la sociedad civil, de universalizar el mercado y las formas de producción y
reproducción implica el peligro de que esta universalización atente contra el desarrollo de la propia
lógica de la sociedad civil porque, como sabemos, las dos primeras lógicas
arrastran consigo dominación de unos países por otros y explotación de unos
hombres por otros. De ahí que el mayor reto que se plantea a la lógica de la
sociedad civil sea el de universalizar los derechos del hombre y del ciudadano
sin universalizar, al mismo tiempo, la dominación y la explotación. Tengo para
mí que en la conciliación de estos contrarios consiste fundamentalmente la
“misión histórico-universal” de los socialismos.
El fundamento de la
contradicción entre las dos primeras lógicas y la tercera está –para expresarlo
en la formulación kantiana- en que para las dos primeras el hombre es un medio,
un instrumento, mientras que para la tercera es un fin en sí mismo. Las
expresiones más claras en la formulación ideal y, al mismo tiempo, más oscuras
en la concreción real de estas diversas y contradictorias maneras de ser y de
entender al hombre son las alternativas, sociales e individuales, que se nos
ofrecen, a partir de las diferentes lógicas, para asumir el pasado como “pasado
de nuestro presente”, decidir el presente y prefigurar el futuro.
Las alternativas fundamentales
Sabemos que los dos polos
fundamentales de alternativas en la modernidad son el liberalismo y el
socialismo. Uno y otro, tanto en sus formulaciones y objetivaciones originarias
como en sus múltiples manifestaciones posteriores, son constitutivos de la
modernidad. El polo liberal apuesta, en términos generales, por la
supervivencia conflictiva de las tres lógicas, pero dando preeminencia a la
dynamis del capitalismo o a la de la industrialización o a las dos juntas sobre
la dynamis de la sociedad civil. El polo socialista apunta tendencialmente a la
eliminación de la conflictividad en un modelo societal que da preeminencia a la
dynamis de la sociedad civil.
Ya a este respecto se
advierte una diferencia sustancial. Los liberalismos se afincan y anclan en la
contradictoriedad, la reconocen como tal y la asumen, de hecho, como
inevitable. De ahí que sus propuestas no tengan la pretensión de superar la
modernidad sino, a lo más, de practicar reajustes –de sentidos aparentemente
divergentes según las circunstancias- para garantizar su supervivencia. Como
hemos indicado ya, la contradicción a la que aquí nos estamos refiriendo es a
la que existe entre las dos primeras lógicas y la tercera, y no a la
contradicción -innegable, por lo demás- que existe en el seno de la sociedad
civil entre las diversas clases sociales. Cuando los liberalismos hablan de la
conciliación –aparente- de los intereses de las diversas clases en la “sociedad
política” se están refiriendo a contradicciones que hemos llamado de segundo
nivel” y que no son tema de la reflexión que aquí estamos haciendo. Hay que
señalar, sin embargo, que los liberalismos, precisamente por estar anclados en
la contradicción, no pueden ofrecer a este respecto sino una apariencia de
conciliación.
Los socialismos, por el
contrario, reconocen la contradictoriedad esencial de la modernidad, se saben
fruto de ella, pero no la asumen como inevitable. Por eso, las alternativas
socialistas apuntan, primero, a la realización plena de la modernidad en “el futuro
de nuestro presente” (el socialismo) y a su negación-superación en el futuro
histórico (el comunismo, la utopía). Pero también aquí hay que salir al paso de
posibles malentendidos. La búsqueda de la conciliación de las tres lógicas de
la modernidad, supuesta la primacía de la lógica de la sociedad civil, parece
ser lo contrario de lo que proponen las alternativas socialistas en la medida
en que estas enfatizan la importancia de la contradicción entre las clases y
hacen de la “lucha de clases” no sólo una categoría histórica sino una consigna
política. Nuevamente recuerdo que sin reducir en un ápice la importancia de la
contradicción y lucha entre las clases, no es este el nivel en el que se ubica
nuestra reflexión.
Sabemos además, que la
realización de las alternativas en sociedades concretas se aleja frecuentemente
tanto de las formulaciones ideales que estas se vuelven casi irreconocibles. Es
difícil sospechar, por ejemplo, que los fascismos sean hijos naturales del
liberalismo, como es difícil imaginar que la instrumentalización del individuo
practicada en los días del stalinismo tenga algo que ver con el socialismo. En
los dos casos, lo característico es precisamente la conculcación de los
derechos civiles, es decir el desconocimiento de la lógica de la sociedad civil
para dar preeminencia absoluta a las lógicas del capitalismo y de la
industrialización o a la lógica de la industrialización, respectivamente. Pero
la “astucia de la realidad” se burló del
“asalto a la razón” y de los sueños milenaristas del Führer, como se está
burlando de la trágica terquedad y de la represividad discriminada de José
Stalin. Alemania, dividida por cierto, tuvo que redescubrir el camino al
liberalismo, y la Rusia soviética ha tenido que enrumbarse, aunque tímida y tardíamente,
por las vías de la lógica de la sociedad civil.
Si la preeminencia absoluta
(sin concesiones a la lógica de la sociedad civil) del capitalismo y de la
industrialización conduce de la mano a los autoritarismos conculcadores de los
derechos civiles, la preeminencia absoluta de la lógica de la sociedad civil
(sin concesión alguna a las otras dos lógicas) conduce a los mesianismos
arcaizantes o suprahistóricos. Pero ocurre en los hechos, que todos los
autoritarismos están trascendidos de mesianismo, y todos los mesianismos
terminan por volverse autoritarios. Esta mutación de lo uno en lo otro –por
ejemplo, del liberalismo en mesiánico o del socialismo en autoritario- no hace
sino revelar la coexistencia conflictiva, en la sociedad moderna, de las tres lógicas
y sus intrincadas relaciones.
Finalmente y no sin
reconocer que quedan muchos cabos sueltos, voy a abordar el problema de la
opción ética por el socialismo.
La opción ética por el socialismo
La opción ética por el
socialismo no necesita, en principio, justificación alguna si consideramos que
los socialismos apuntan hacia la construcción de una sociedad cimentada en la
idea regulativa que enuncia que el hombre es un fin y no un medio. Los
problemas para la decisión individual y colectiva derivan de un hecho conocido:
las sociedades del “socialismo realmente existente” (R. Bahro) no han logrado
la conciliación de las tres lógicas fundamentales de la modernidad sobre la
base de una efectiva hegemonía de la dynamis de la sociedad civil. Esto no quiere
decir, naturalmente, que no les reconozcamos otros logros significativos. Se
trata, en cualquier caso, de sociedades polisémicas que soportan múltiples
lecturas: desde las que les niegan absolutamente la condición de socialistas,
hasta las que las califican de “patrias del socialismo” ya realizado, pasando
por otras que las entienden como “socialismo deformado” pero reformable.
La perspectiva de análisis
aquí adoptada –la dialéctica de las tres lógicas de la modernidad- nos lleva a
las siguientes conclusiones:
1ª. El socialismo como alternativa es fruto natural de la modernidad, como
lo es el liberalismo; lo que significa que se ve obligado a reconocer y asumir
las tres lógicas que operan en ella.
2ª. El socialismo se diferencia de las alternativas de tipo liberal en tres
postulados básicos:
-Primero, la apuesta por la
coexistencia armónica de las tres lógicas.
-Segundo, la atribución de
hegemonía a la lógica de la sociedad civil.
-Tercero, la
creencia en la posibilidad objetiva de negar-superar la modernidad en el futuro
histórico a través de la radicalización de la lógica de la sociedad civil.
3ª. Los
“socialismos reales” se han caracterizado:
-Primero, por iniciarse como
portadores de la lógica de la sociedad civil.
-Segundo, por
derivar enseguida –por condiciones históricas que conocemos- hacia la
atribución de preeminencia dominante a la lógica de la industrialización con
desconocimiento de la lógica de la sociedad civil y conculcación de derechos
humanos, individuales y sociales, fundamentales.
-Tercero, por
iniciar, aunque tardíamente, el regreso a la preeminencia hegemónica de la
lógica de la sociedad civil como condición de posibilidad para mantener la
vigencia del socialismo.
Si la preeminencia
hegemónica, en principio, de la lógica de la sociedad civil es suficiente para
justificar la opción ética por el socialismo, la preeminencia dominante de la
lógica de la industrialización en los países del “socialismo real”, con su
natural secuela de conculcación de derechos fundamentales, se ha constituido en
un obstáculo a esta opción. Realidad manifiesta y postulados ideales entran
así, y una vez más en la sociedad moderna, en abierta contradicción
dificultando la decisión individual y colectiva. Pero la realidad es mucho más
rica que lo que de ella aparece. Debajo de las apariencias están las
tendencias, que son tan reales como las manifestaciones palpables e innegables.
Y es aquí, en el submundo de las tendencias, en donde se vislumbra, aunque
todavía en tinieblas, la posibilidad de salida a la justificación –con
tendencias objetivas y no sólo con postulados ideales- de la opción ética por
el socialismo.
Son los hechos los que
demuestran, con una terquedad irrecusable, que la reducción del individuo a la
condición de medio, la instrumentalización de los individuos, es una tendencia
necesaria en las alternativas del polo liberal por su afincamiento natural en
el dominio de las lógicas del capitalismo y de la industrialización. Lo que
quiere decir que el respeto a los derechos del hombre y del ciudadano, cuando
se da, es sólo un accidente cuya vigencia depende de la medida en que dicho
respeto se constituye en garantía, o en parte de la garantía, de realización de
las dos lógicas señaladas. (Lo trágico para los liberalismos consiste en que no
pueden realizarse a plenitud sin respetar los derechos del hombre y del
ciudadano, pero si los respetan a plenitud tampoco pueden realizarse. Esta
condición trágica de las alternativas del polo liberal es, una vez más,
manifestación del carácter raigalmente contradictorio de la modernidad).
Obnubila, sin embargo, la visión clara del problema el hecho de que esa
garantía se busca no tanto en la propia sociedad cuanto en otras que le son
subordinadas. Y así ocurre, normalmente desde la universalización del mercado y
de los modos de producir y reproducir la sociedad, que la conculcación de los
derechos civiles y políticos en las sociedades periféricas es condición de
posibilidad de su respeto en las sociedades centrales del sistema. La
apariencia, en estas sociedades, de la vigencia de la idea regulativa que
enuncia que el hombre es un fin y no un medio está cimentada en la real
utilización de los otros hombres como meros medios. Digo y sostengo que esto
es, para las alternativas liberales, una tendencia necesaria que hace que sea
éticamente injustificable la opción por el liberalismo.
Nada más claro a este
respecto que el proceso de la emancipación de nuestros países. Debajo de la
apariencia de apoyo de Inglaterra a la vigencia de los postulados de la lógica
de la sociedad civil están los reales intereses de los comerciantes e
industriales ingleses por universalizar el mercado, primero, y las maneras de
producir, después. Desde la perspectiva de estos intereses, la emancipación de
las colonias y la vigencia en ellas de los derechos civiles y políticos eran
solo condiciones necesarias para la universalización del mercado. Si en
determinado momento histórico esa vigencia pone en peligro el desarrollo de las
dos lógicas preeminentes, como en el Chile de Allende, se arrasa sin escrúpulos
con los derechos civiles y políticos y se interviene directamente en la
instauración de una dictadura que no es menos “liberal” que las democracias
parlamentarias.
El análisis de los hechos
nos lleva también a descubrir tendencias en el “socialismo real” que apuntan a
la superación de la preeminencia de la lógica de la industrialización y al
enrumbamiento hacia la conversión de la lógica de la sociedad civil en
hegemónica. El primer asomo de esta tendencia se pone de manifiesto
precisamente desde la perspectiva de las sociedades periféricas. Mientras que
las alternativas liberales orientan la política internacional –como sabemos y
sufrimos en los países periféricos- a la universalización del mercado y de la
industrialización aliándose para ello con los grupos de poder internos y
ayudándoles incluso, cuando es necesario, a conculcar los derechos civiles y
políticos de los pueblos, las alternativas socialistas se orientan
fundamentalmente a apoyar a los movimientos internos que luchan por la vigencia
efectiva de los derechos del hombre y del ciudadano.
Esta diversa preferencia en
la búsqueda de aliados marca de suyo una diferencia tendencialmente sustantiva:
apunta a constituir en dominante o en hegemónico al sujeto colectivo conformado
por los poderosos, en un caso, y por el pueblo, en el otro. Y esta opción no es
éticamente neutra porque se sabe que los poderosos son portadores de una
alternativa que reduce al hombre a la condición de medio, mientras que el
pueblo es potencialmente portador de una alternativa que entiende al hombre
como fin.
Ocurre, pues,
paradójicamente –y esta paradoja es también manifestación de la dialéctica de
las tres lógicas de lo modernidad- que
los “socialismos reales”, mientras en sus propias sociedades se atienen preferentemente
a la lógica de la industrialización con desconocimiento de importantes derechos
civiles y políticos, luchan, sin embargo, en otras sociedades, del lado de los
sectores sociales que pugnan por la hegemonía de la lógica de la sociedad
civil. Esta toma de posición, primero, es coherente, con los postulados ideales
del socialismo y, segundo, no queda sin consecuencias en las propias sociedades
del “socialismo real”. También ellas se van orientando, aunque con menos
audacia de la que todos desearíamos, hacia la constitución de la lógica de la
sociedad civil en hegemónica como condición de posibilidad no tanto de la
permanencia del “socialismo real” cuanto de su transformación en una sociedad
que se norma por la idea regulativa que enuncia que el hombre es un fin en sí.
Estas tendencias, manifiestas -hoy- en los procesos de apertura que conocemos y
–ayer- en algunos de los movimientos de los llamados “disidentes”, son, sin
embargo, frecuentemente interpretadas como un regreso a posiciones liberales.
Evidentemente no se excluye la posibilidad de regreso, pero tampoco se excluye
la posibilidad de progreso hacia la construcción de una sociedad en la que, sin
salirse todavía de la modernidad y consiguientemente buscando la conciliación
de las tres lógicas, la lógica de la sociedad civil se constituya en
hegemónica.
El descubrimiento de esta
tendencia, por inicial que ella sea, y su condición como inherente al
socialismo y como necesaria para las propias sociedades del “socialismo real”,
constituyen el fundamento racional de la opción ética por el socialismo.
Esta opción, finalmente, es
tan propia de la modernidad como la opción por el liberalismo en la medida en
que no niega la necesidad –ineludible, desde la perspectiva de la modernidad-
de universalizar el mercado y los modos de producir. Pero, a diferencia de las
alternativas liberales, la opción por el socialismo supone, primero, que es
posible y deseable, en el futuro de nuestro presente, la coexistencia armónica
de las tres lógicas; segundo, que ello es posible si y solo si la lógica de la
sociedad civil se constituye en hegemónica; tercero, que la conversión de la
lógica de la sociedad civil en hegemónica conlleva la eliminación de la
dominación de unos países por otros y de la explotación de unos hombres por
otros; y cuarto, que por el camino de la radicalización de la lógica de la
sociedad civil se llega, en el futuro histórico, a la negación-superación de la
modernidad en “el reino de la libertad”.
La modernidad en el Perú
No quiero cerrar esta aproximación
a la modernidad sin dejar, aunque sea de paso, un par de anotaciones sobre el
caso concreto de la sociedad peruana.
La modernidad, como aquí la
hemos entendido, comienza a asomar en la sociedad peruana en los años 20 de
este siglo. Hasta entonces el dominio de la lógica del capitalismo –defectivo,
por cierto, y dependiente- es prácticamente indiscutido e indiscutible. Sabemos
que el proceso de industrialización, aunque había comenzado tímidamente en los
últimos lustros del siglo XIX, no conseguía todavía constituirse en fuente de
alternativas que pudiesen objetivamente discutirle el dominio a las que
procedían de la lógica del capitalismo dependiente.
No desconocemos que en buena
parte del movimiento social campesino y, concretamente, en las propuestas
indigenistas asomaba ya una “protológica” de la sociedad civil, como asomaba
también en algunas de las tendencias ideológicas del corte liberal del siglo
XIX y en las posiciones anarquistas del cambio de siglo. Pero es propiamente en
los años 20 cuando comienza a aparecer la lógica de la sociedad civil como
socialmente significativa. El sujeto colectivo que porta el embrión de esta
lógica está constituyéndose en los años 20 en base a los sectores medios, a los
artesanos y pequeños propietarios en proceso de proletarización y al incipiente
proletariado. Las constelaciones ideológicas a las que acuden estos sectores
para elevar a conciencia sus propias condiciones de existencia son el
liberalismo decimonónico, la tradición indigenista, el anarquismo sindicalista
y el socialismo revolucionario europeo. El hecho de que este sujeto colectivo,
ya en el proceso mismo de su constitución como tal, tenga que vérselas no
propiamente con una lógica de la industrialización sino con una lógica del
capitalismo dependiente explica no pocas de las tendencias y características de
la lógica de la sociedad civil que entonces comienza su lucha por la hegemonía
social.
El segundo momento del
proceso de conformación de la modernidad en el Perú puede fijarse en los años
50, cuando la lógica de la industrialización –por sustitución de importaciones-
comienza a ser socialmente significativa. El hecho de que la industrialización
esté marcada por la sustitución de importaciones deja también profundas huellas
en las tendencias y características de la lógica de la industrialización.
Desde la perspectiva aquí
adoptada, las reformas de Velasco cierran el ciclo de gestación de la
modernidad en la medida en que, por un lado, asientan y robustecen la lógica de
la industrialización y, por otro, terminan de constituir al sujeto colectivo
que es potencialmente portador de la lógica de la sociedad civil. No es raro,
por tanto, que el equilibrio social sea, desde entonces, particularmente
inestable ni que aparezcan con perfiles más tímidos las demás características
de la modernidad: la lucha entre alternativas raigalmente contrapuestas, la
problematicidad como condición humana, la novela como forma literaria predominante, la ciudad como
espacio preferente de convivencia conflictiva, etc., etc.
Dar cuenta de este proceso
de gestación de la modernidad en el Perú y trazar sus rasgos fundamentales es
lo que nos proponemos en reflexiones posteriores.
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