José Ignacio López Soria
Ponencia introductoria en el seminario internacional “La lengua como derecho cultural y su aplicación al programa educativo”. Quito, 15 septiembre 2008. Publicado en:
Hablar_y_ser_hablados_por_la_lengua-Lopez_Soria,Jose.pdf
http://interculturalidad.org/numero05/docs/0209-La reunión que comenzamos hoy no debería inscribirse en el ámbito de los seminarios o congresos que convocan a expertos para tratar un tema especializado. Lo que nos convoca hoy no es un tema de expertos sino un derecho, el derecho a la lengua, que es incluso anterior a los derechos políticos. El derecho a la lengua es pre-político porque su ejercicio está entre las condiciones que necesitamos como personas para realizar en plenitud la posibilidad humana.
No es este el momento apropiado para el desarrollo de esta idea, pero dejaré anotadas algunas reflexiones que espero que alimenten los debates que van a seguir.
Comencemos preguntándonos qué es la lengua, pregunta que, por cierto, no podemos plantearnos desde fuera del ámbito de la lengua. Es decir, no es que nosotros, los sujetos, nos preguntemos por un objeto exterior a nosotros, la lengua, como creemos que hacemos cuando preguntamos qué es un árbol. En el caso de la lengua, ya el mero preguntar por ella nos implica como hablantes, lo que quiere decir que no podemos plantearnos la pregunta por la lengua sino desde la lengua que hablamos.
La toma de conciencia de esta condición insuperable de la pregunta por la lengua nos invita no a buscar una respuesta a través del ejercicio científico, supuestamente objetivo, de la representación. Si procediésemos así, como lo hace frecuentemente la analítica del lenguaje, estaríamos cosificándonos a nosotros mismos, porque la lengua no es una propiedad que el hombre tiene sino algo que el hombre es.
¿A qué nos convoca, entonces, la pregunta por la lengua? Formulada en perspectiva hermenéutica -una perspectiva interpretativa que no parte de la rígida separación entre sujeto y objeto, y que no entiende la verdad como representación sino como des-ocultamiento-, la pregunta por la lengua nos convoca a pensar lo que más merece pensarse, y lo que más merece pensarse es que el hombre es lenguaje. Y el hombre es lenguaje en un doble sentido: en cuanto que habla o dispone de una lengua que es propia de una determinada comunidad histórica, y en cuanto que es hablado y dispuesto por esa lengua.
La lengua que hablamos es el horizonte de nuestra percepción del mundo. Es decir, percibimos lo que nos rodea o hacemos la experiencia del mundo a través de la lengua que hablamos. En la lengua que hablamos se han condensando conocimientos, saberes, normas, valores, creencias, formas simbólicas y de la relación con el mundo, actitudes, procedimientos, sentimientos, etc., propios de la comunidad a la que pertenecemos. Hablar es apropiarse de esa heredad, a través de la cual hacemos la experiencia del mundo. Recibimos esa heredad como transmisión de nuestros antepasados y de nuestros contemporáneos, inscribiéndonos así dentro de una comunidad histórica que tiene una manera particular de apropiarse del pasado, relacionarse con la naturaleza y entenderse con lo sagrado o inesperado. Es decir, al apropiarnos de la lengua aprehendemos una cosmovisión en la que lo natural, lo humano y lo sagrado están en relaciones de copertenencia, una relación que es la fuente primigenia de provisión de sentido para la vida humana y de legitimación del saber, el poder, el creer, el hacer, etc. Por eso Estoy convencido, aunque sé que no puedo aquí desarrollar este convencimiento, que privar a un pueblo de su propia lengua es, después de quitarle la vida, el mayor de los despojos.
¿Quiere esto decir que la heredad que recibimos a través de la lengua es sólo transmisión y que, consiguientemente, estamos indisolublemente atados a una tradición, que debemos, a nuestra vez, simplemente transmitir? De ninguna manera. Nosotros recibimos esa tradición como hablantes, y el que seamos hablantes -custodios de la verdad entendida como desocultación- significa que la tradición no nos ata porque no consiste en un conjunto de hechos, creencias y saberes consumados que tengamos que registrar para mantenernos fieles a ellos, sino más bien en un conjunto de mensajes que nos vienen del pasado de nuestro propio presente. Por eso, como hablantes, no nos contentamos con hablar del pasado, lo que hacemos, cuando entendemos el pasado como mensaje, es hablar con él, traerlo a la presencia dialógicamente para dar al pasado la dignidad que se merece y para proveer de densidad histórica a nuestro pensar el presente e imaginar el futuro.
También esta reflexión me lleva a considerar, abundado en el convencimiento que expresé antes, que privar a un pueblo de su lengua, de la posibilidad de hablar con su pasado, es también despojarle de su historia y, por tanto, dejarle a la deriva para pensar el presente e imaginar el futuro.
Vuelvo ahora a la segunda idea que indiqué arriba: que el hombre es lenguaje no sólo en cuanto que habla una lengua sino en cuanto que es hablado y dispuesto por ella. Además de horizonte de percepción del mundo, la lengua que hablamos es también el horizonte de la autopercepción y de la provisión de sentido a nuestro ser en el mundo. Nuestra condición de sujetos está constituida intersubjetivamente, es decir, somos un entretejido de relaciones sociales mediadas por el lenguaje. “Allí donde soy yo más mí mismo ya no soy sólo mí mismo”, decía el filósofo alemán Karl Jaspers, o “yo soy yo y mis circunstancias”, anotaba el filósofo español José Ortega y Gasset. A su manera, estos dos filósofos anunciaban un pensamiento que iba más allá de la noción moderna de subjetividad. La hermenéutica sostendrá, después, que el hombre es intersubjetividad y que esa condición humana se constituye en el lenguaje. Es decir, el hombre es un entretejido de relaciones sociales mediadas por el lenguaje. De ahí la importancia que se atribuye hoy al reconocimiento en la constitución de la identidad. La autopercepción, el percibirse uno a sí mismo como persona, es fruto del reconocimiento que, a través del lenguaje, los otros hacen de nosotros mismos. Somos hablados por el lenguaje como personas y, en la medida en que esto ocurre, nos autopercibimos como personas.
El lenguaje no es, pues, sólo un instrumento a través del cual transmitimos a otros información, sentimientos, órdenes, valores, creencias, etc., sino el ámbito que constituye a la persona. Por eso es más profunda de lo que parece la idea de que uno termina teniendo la identidad que se le atribuye al ser hablado por otros.
Las consecuencias que se derivan de este pensamiento no son de poca importancia. Si mantenemos con el otro una actitud dialógica, el otro se asume a sí mismo como hablante, como participante en el diálogo, es decir como persona. Y uno no puede participar realmente como dialogante sino desde su propia habla, desde su propio horizonte cultural.
Mantener una actitud dialogante con otros que pertenecen al mismo horizonte cultural no es fácil porque supone no sólo un estar dispuesto a escuchar al otro, sino un estar expuesto a ser hablado por él. La disposición de escucha es el ámbito del consenso. Sabemos que construir consensos, en contextos libres de violencia, y atenerse a ellos es fundamental para una convivencia humana digna. Pero lo que está en juego en el diálogo es mucho más que arribar a acuerdos. En el diálogo nos jugamos nuestra identidad porque nos exponemos conscientemente a ser hablados por el otro, es decir aceptamos autopercibirnos desde la mirada del otro, lo cual no es ciertamente nada fácil.
Más difícil aún es el diálogo entre personas de horizontes culturales diversos. Además de la escucha y la exposición a las que acabamos de referirnos, el diálogo intercultural requiere que los hablantes mantengan una relación electiva y no preceptiva con sus propias tradiciones, con su propio horizonte cultural. Uno mantiene una actitud electiva con respecto a sus propias tradiciones cuando no extrae de ellas la definición del otro, es decir cuando acude al diálogo con el otro sin definirlo previamente, esperando a que el otro se presente por sí mismo. Si los dos parten de esta actitud, si se respetan como personas con sus propias pertenencias culturales, están dadas las condiciones para que se produzca no un sincretismo de horizontes culturales sino un “horizonte abierto”, en el cual, y sólo en el cual, es posible un diálogo intercultural que, yendo más allá de la tolerancia, apunte a una convivencia ya no solo digna sino enriquecedora y gozosa de las diversidades. En el ir construyendo, piedra a piedra, palabra a palabra, esa convivencia está, digo yo, la utopía de nuestro tiempo.
en que sentido se dice que la lengua que hablamos es el horizonte de nuestra percepcion del mundo?
ResponderEliminarPorque a través de la lengua hacemos la experiencia de nosotros mismos y del mundo.
ResponderEliminara que se refiere con la pregunta sobre lengua? y de que no podemos plantearla desde fuera del ambito de la lengua?
ResponderEliminarLa lengua no es parte externa del hombre sino algo que lo que el hombre es ya que determina cómo experimentamos el mundo. Por eso nos lleva a pensar que el hombre es lenguaje en tanto que puede hablar y ser hablado
EliminarMe puede explicar que es horizonte cultural y en qué consiste "la utopía de nuestro tiempo"?
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