José Ignacio López Soria
Publicado con ligeras modificaciones como reseña en: Revista Complutense de Historia de América. Madrid, Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid, vol. 33, 2007, p. 328-332.
Al “presentar” Clío y Mnemósine. Estudios sobre historia, memoria y pasado reciente, (Lima: UNMSM/PUCP, 2007) de Liliana Regalado, parto del supuesto, que generalmente se cumple, de que quien más sabe sobre el tema de un libro es su autor, en este caso, su autora. Ocurre, además, que tuve la oportunidad de leer los originales, o gran parte de ellos, y de hacer sugerencias que la autora, de alguna manera, recogió.
Es esta circunstancia, y no mi conocida amistad con Liliana, la que me lleva a no atenerme a mi costumbre de mirar con ojos críticos el texto que presento. Las críticas, en la forma de sugerencias, las hice ya en su momento. Lo que voy a hacer ahora es, primero, referirme al contenido y, segundo, dialogar con algunos de los temas del libro, aquellos que me convocan más al pensamiento. A la primera parte la llamaré “descripción” y a la segunda “presentación”.
Descripción
En cuanto a la “descripción”, el subtítulo se encarga de anunciar los ejes fundamentales del texto: la historia, la memoria y el pasado reciente. Además de la abundante bibliografía trabajada y la minuciosa referencia a ella, subrayo del estudio cuatro aspectos que convocan mi atención.
Primero y principalmente, quiero resaltar el hecho, poco frecuente entre nosotros, de que una historiadora, después de una importante experiencia acumulada en docencia e investigación, se dedique a pensar tanto los aspectos teóricos como las estrategias de su propia praxis profesional. Como digo, esto es poco frecuente. Por lo general, nuestros historiadores no piensan su propia praxis. Se dedican a reconstruir el pasado desde una perspectiva, generalmente la positivista, de la que no son conscientes porque ni siquiera se preguntan si el principio formulado por Ranke de que hay que escribir la historia “como realmente fue” está debidamente fundado.
En segundo lugar, destaco que ese pensar la propia praxis lleva a la autora a vérselas con otras disciplinas y saberes -la filosofia, la antropología y la sociología de la vida cotidiana- lo que hace que el resultado, el libro, termine apuntando en la dirección de una teoría de la historia.
Importa, en tercer lugar, poner de relieve que la autora es consciente de que parte de su propio presente, un presente hecho de violencias inenarrables y de desencuentros que revelan fracturas estructurales que nos vienen de antiguo, pero hecho también de formas de la vida cotidiana, todavía insuficientemente exploradas, en las que apunta la posibilidad de un reencuentro digno de las diversidades que nos caracterizan. Este punto de partida manifiesta, por otra parte, una inclinación hermenéutica que enriquece la perspectiva teórica y convoca al compromiso para construir una sociedad más justa y solidaria que la que hemos heredado.
Finalmente, si consideramos el “pasado reciente” como parte de nuestro propio presente, es destacable la intención de la autora de relacionar historia, memoria y conciencia del presente, como si se tratase de tres dimensiones de la conciencia histórica que se copertenecen.
Para completar la descripción habría que decir algo de biografía de la autora y resumir, aunque fuese brevemente, los seis capítulos del libro y sus respectivos parágrafos. Pero parto interesadamente del supuesto de que ustedes saben, como yo, quién es Liliana Regalado y conocen su producción académica, y, por otra parte, supongo que van a leer el texto, con lo cual mi resumen se vuelve innecesario. Y si no lo leen, perderán una excelente oportunidad de enriquecerse con nuevos conocimientos y, sobre todo, con nuevas preguntas.
Presentación
¿Por qué llamo “presentación” y no “descripción” a la segunda parte de mi intervención? Porque la descripción queda dentro del ámbito de la “representación” y ésta supone una rígida separación entre sujeto y objeto para asegurar la neutralidad del hablante con respecto a lo hablado. Lo que esta suposición oculta, deja en el olvido, es que el hablante es también hablado, es decir es constituido en hablante por el propio lenguaje que él utiliza al hablar. Volveré a esta relación de copertenencia entre el hablante y lo hablado más adelante, pero desde ahora quiero dejar anotado que en el caso que me interesa, que es el de pensar el hombre y su historia, la separación que la metafísica tradicional y la ciencia moderna han establecido entre sujeto y objeto nos permite hablar sobre el pasado, registrarlo y hasta reconstruirlo “científicamente”, pero no nos permite hablar con el pasado ni dejarnos hablar por él. Y esta situación se convierte en un obstáculo para dialogar con el pasado asumiéndolo no simplemente como pasado sino como el pasado de nuestro propio presente.
Prefiero el concepto de “presentación” porque lo que intento es traer a la presencia o presentar –en el sentido de “te presento a fulano”- un tema que me invita a presentarme y, en general a presentarnos, a dialogar con él, a pensar histórico-filosóficamente. Y lo hago así porque considero que lo más interesante de un texto no es lo que dice, sino lo que pregunta, lo que sugiere, lo que nos convoca a pensar.
Del libro de la Dra. Regalado me enriquece la clara distinción entre historia, memoria y conciencia del presente, que la autora analiza a lo largo del libro con encomiable erudición y atinadas reflexiones, pero lo que me convoca a pensar es la copertenencia, que ella sugiere, entre las tres manera de darse de la conciencia histórica: la conciencia de la actualidad, la conciencia histórica moderna y la memoria.
La conciencia de la actualidad se caracteriza, como anota Ferenc Fehér, por las dudas y problemas con respecto a la modernidad, la necesidad de someterla a prueba y de hacer un inventario de sus logros y dilemas no resueltos, y por el saberse viviendo en un mundo hecho de una compleja pluralidad de espacios y temporalidades que nos lleva a percibir el presente como un tiempo de “después de”, de saber que no estamos donde estamos sino después. En ese mundo las diversidades están tomando la palabra para contarnos su propia historia, la lejanía se nos ha vuelto cercanía, vivimos en medio de un juego cruzado de mensajes pero también de amenazas de homogeneización, el conocimiento se nos ha convertido en interpretación, advertimos que la subjetividad se constituye intersubjetivamente, entendemos la verdad como apertura, y asistimos, como anunciara Nietzsche temprana y estruendosamente, al crepúsculo de los ídolos de la modernidad, que hoy entendemos como debilitamiento de los grandes discursos metanarrativos, de los caracteres fuertes del ser, del concepto de historia universal, de la idea de un progreso sin límites, de la creencia en las posibilidades ilimitadas de racionalización de la vida humana, etc.
En nuestro caso, como bien recuerda Liliana, habría que añadir que la conciencia de la actualidad está, además, afectada por una violencia ancestral que se ha manifestado dolorosa y atrozmente en los últimos lustros, aunque no falten desgraciadamente importantes sectores de la sociedad que consideran esa manifestación como un conjunto de hechos simplemente pasados y que hay que tratar de dejarlos en el olvido.
Como consecuencia de la complejidad en la que vivimos, la conciencia de la actualidad se manifiesta como perplejidad, pero la perplejidad no la entendemos aquí como “confusión” frente a lo que hay, “duda” frente al saber establecido e “irresolución” o “indecisión” frente al hacer, sino como un estado de ánimo que manifiesta y facilita la voluntad de teorizar en un contexto de complejidad. Lo que quiero decir es que, entendida como confusión, duda e irresolución, la perplejidad sería el efecto producido por la complejidad y entonces sí se podría decir que el estado de perplejidad es una especie de pérdida en la maraña de la actualidad. Pero aquí, reitero, entiendo por perplejidad el estado de conciencia al que convoca la complejidad para saberse a sí misma sin perderse como complejidad.
Es evidente que esta conciencia propia de la actualidad no se condice con la conciencia histórica moderna, porque esta última busca “hechos” constatables, regularidades, causalidades y continuidades, para expresarlas en un discurso que habla de un proceso histórico universal, unilineal, periodizado y teleológico. Independientemente de la cientificidad de ese discurso –es decir, de la coherencia y consistencia de sus proposiciones-, lo cierto es que toma la palabra por todos los pueblos para contarles su historia y proveerles de identidad, definiendo esa historia y esa identidad por el nivel de evolución que cada pueblo haya alcanzado en la escala establecida por el propio discurso.
La conciencia histórica moderna se manifiesta como seguridad secularizada porque se sabe fundada ya no en creencias metafísico-religiosas sino en verdades científicas, axiólogicamente desvinculadas, basadas en la dicotomía sujeto/objeto y construidas coherente y consistentemente. Por eso, a la ciencia histórica que nace de esa conciencia no le preocupa promover lealtades permanentes ni vinculaciones profundas ni hablarse con el pasado, lo que le interesa es registrar el pasado para hablar sobre él lo más organizada y racionalmente posible.
Lejos de mí, por cierto, considerar que la ciencia histórica de corte moderno carezca de importancia. Tiene la misma importancia que tienen los demás componentes del discurso de la modernidad: ayudarnos a construir el mundo moderno y, por tanto, a pasar de sociedades esencialmente prescriptivas a otras esencialmente electivas, con todos los retos que esto implica tanto con respecto a la desacralización de los valores y autonomización de las esferas de la cultura, como en relación con la organización de la sociedad en subsistemas de acción racional y con las transformaciones en la vida cotidiana.
Entre la perplejidad propia de la conciencia de la actualidad y las seguridades secularizadas de la conciencia moderna se sitúa la memoria. Estoy convencido, con Heidegger, de que la memoria es la fuente de donde mana el pensamiento. La memoria, precisamente por expresarse narrativa y no científicamente, es vinculante: nos incorpora a todos como hablantes, oyentes o hablados. Gracias a la memoria abrigamos, recogemos y congregamos el pasado y lo hacemos presente recordándolo, es decir volviendo a pasarlo por el corazón. La memoria se manifiesta como recuerdo. Por eso la memoria y el recuerdo están relacionados con la devoción más que con la acumulación fría de lo pasado. La memoria, como aquí nos interesa, no es depósito de informaciones sobre algo o alguien. La memoria y el re-cuerdo alimentan vinculaciones y lealtades, facilitan los a-cuerdos y “presentan” el pasado. Esta presentación nos interpela, nos invita, sin obligarnos, a presentarnos nosotros a ese pasado para establecer con él una relación dialógica que da presencialidad y dignidad al pasado y enjundia y densidad histórica a nuestro pensar el presente.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en la actualidad, por vivir tiempos de “después de”, la memoria nos invita a mantener con el pasado una relación ya no preceptiva sino dialógica y electiva: el pasado nos habla pero no nos obliga, hablamos con el pasado y no sólo de él, elegimos una determinado pasado y somos elegidos por él. Esta relación dialógico-electiva es ajena a toda apologética de paraísos perdidos y a toda consideración del pasado como mandato y fuente única de legitimación del presente.
Si, como he dicho, la memoria –en la forma de cuentos, narraciones escritas y orales, saberes colectivos, refiguraciones artísticas, mobiliario urbano, toponimias, nombres atribuidos a las personas y cosas, formas de identidad, sensibilidades, mentalidades, etc.- recoge y congrega devotamente el pasado y nos lo trae a la presencia recordándolo, no es extraño que la consideramos como ámbito en el que pueden encontrarse, sin perderse, la conciencia histórica moderna y la conciencia de la actualidad. Se constituye, así, una relación de copertenencia entre historia, memoria y conciencia de la actualidad, que provee de sentido a cada una de estas tres formas de la conciencia histórica sin pérdida de sus peculiaridades.
Es precisamente esta condición la que hace que la memoria convoque al pensamiento invitándonos a pensarnos como un colectivo humano con continuidades duraderas, vinculaciones profundas y lealtades permanentes, pero también con potenciales proyecciones y abierto siempre a la complejidad de la actualidad y, en general, a la riqueza acumulada por la humanidad.
Tengo para mí, como me sugiere el libro que comento, que uno de los problemas que más nos afecta como colectivo humano y que, consiguientemente, más merece pensarse, es precisamente el de haber dejado en el olvido tanto las continuidades, vinculaciones y lealtades como las proyecciones de nuestra sociedad.
Cuando no se constituye el ámbito de encuentro entre historia, memoria y conciencia de la actualidad, la historia queda reducida a registro y reconstrucción de hechos, la memoria a depósito de información y la conciencia de la actualidad se pierde en la multiplicidad de lo real. Desde ese desencuentro no es posible pensarnos como comunidad histórica.
Por el contrario, cuando nos pensamos en el ámbito del encuentro de las tres formas mencionadas de la conciencia histórica, nos percibimos como portadores de un pasado del que, por otra parte, estamos ya siempre despidiéndonos sin dejarlo en el olvido. De esta manera, el pasado adquiere dignidad y presencialidad, el presente densidad histórica, y el futuro se proyecta como comunidad de diversidades que han decidido vivir digna y gozosamente juntas siendo y reconociéndose como diferentes.
Para terminar quiero reiterar que mi propósito no era resumir las ideas del libro que ustedes van a leer provechosamente sino dejarme convocar por los ejes de pensamiento que él plantea. Por eso, no sería raro que ni la propia autora se sienta leída por mí, aunque espero que sí recordada y hablada fructífera y cariñosamente.
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