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Lima, Peru
Filósofo e historiador. Nace en España en 1937 y llega al Perú como jesuita en 1957. Formación: humanidades clásicas y literatura, filosofía e historia. Especialización sucesiva: narrativa latinoamericana, filosofía moderna, filosofía de la existencia, historia de la emancipación peruana, pensamiento lukacsiano, historia de la ingeniería peruana y filosofía de la interculturalidad Profesor de la UNI (y rector 1984-89) y otras instituciones académicas en Perú, Budapest, Brasil y Túnez. Autor de 26 libros, 70 colaboraciones en obras colectivas y 150 artículos en revistas. Actualmente dirige el Centro de Historia UNI y es profesor de postgrado en la Universidad Nacional de Ingeniería. Participa activamente en el debate intelectual peruano desde la sociología de la literatura, el marxismo lukacsiano, las perspectivas postmodernas y la filosofía de la interculturalidad. En su libro "Adiós a Mariátegui. Pensar el Perú en perspectiva postmoderna" propone, como horizonte utópico de la actualidad, la convivencia digna, enriquecedora y gozosa de las diversidades que enriquecen a la sociedad peruana. Contacto: jilopezsoria@gmail.com

28 oct 2021

Francisco Miró-Quesada: “racionalizar la política”. Apuntes

 José Ignacio López Soria

 Publicado en:

Miró Quesada Rada, F. (ed.).

Los cien años de Francisco Miró Quesada Cantuarias.

Lima: CIAC/El Comercio, 2018, p. 77-90.


Introducción

Si añado “apuntes” al título es porque dejaré aquí solo ideas sueltas sobre el trabajo teórico por articular racionalidad y política, desarrollado por Francisco Miró-Quesada Cantuarias en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. Con el término “apuntes” quiero decir, además, que el proyecto de Miró Quesada de proveer de densidad racional a la política (o “racionalizar la política”, como él mismo dice) debería ser estudiado con la profundidad que merece, especialmente cuando advertimos que si algo caracteriza a la política de las últimas décadas es precisamente el predominio de la irracionalidad.

De los muchos escritos de Miró Quesada me fijaré en Las estructuras sociales. Ensayos de divulgación (1961) y Humanismo y revolución (1969). Este último libro reúne ensayos de entre 1955 y 1968. Podrían ser trabajados con provecho otros textos de la época como los dos tomos de La otra mitad del mundo (1959) y el folleto La ideología de Acción Popular (1964) que contribuyó a elaborar.

Antes de centrarme en la propuesta de Miró Quesada me referiré, en trazos gruesos, al contexto en el que ella se produce.

Sobre el contexto 

Resumiendo aportes de la ya abundante literatura sobre las dimensiones económica, social, cultural, política, etc. de la vida peruana de mediados del pasado siglo XX, he apuntado en otros escritos que se trata de una época marcada por  un fenómeno medular: el desmoronamiento del patrón oligárquico y sus diversas manifestaciones y los intentos de asentar una matriz de desarrollo más acorde con los procesos de modernización que se extienden por el mundo con el triunfo del liberalismo y el socialismo frente al “asalto a la razón” -expresión del filósofo húngaro György Lukács[1] (1972)- protagonizado por nazis y fascistas.  Con respecto a esa modernización el patrón oligárquico no es ya funcional.

Adviértase que hablamos de “modernización” y no de “modernidad”, es decir, no se trata ya de llevar a cabo plenamente el proyecto ilustrado de la modernidad, que se expresa en una presencia decisiva de la racionalidad tanto en las esferas de la cultura como en los subsistemas sociales y en el mundo de vida. La modernización consiste, más bien, en una racionalización de las formas de administración de la convivencia social a través de un Estado profesionalizado y gestionado -para los liberales- desde una democracia representativa efectivamente ampliada. Consiste, además, en una normalización racional de algunos otros subsistemas sociales, como el de la economía (industrialización, bancarización …), el poblamiento (urbanización), la provisión de competencias para la participación ciudadana y la incorporación al mundo laboral (formación escolarizada), la articulación territorial (infraestructura vial), etc. A ello hay que añadir que la modernización supone también, en relación con el mundo de la vida, la construcción de un sujeto consumidor y políticamente activo. Algunos autores, especialmente Marshall Berman (2011: 82) en Todo lo sólido se disuelve en el aire, añaden el concepto de modernismo para referirse a la expresión cultural del proceso de la modernidad. Pero en la época de la que nos ocupamos, como anota Daniel Bell (1977: 48) en Las contradicciones culturales del capitalismo, la búsqueda cultural ha abandonado la racionalidad funcional a la modernización y se ha lanzado a explorar y expresar dimensiones nuevas de la experiencia humana. En el mundo del arte esa exploración se llama modernismo, en filosofía se llama existencialismo. En ambos casos, la racionalidad moderna ve disminuidos sus poderes. En el ámbito de la filosofía surge paralelamente la analítica, una manera de pensar filosóficamente que sale por los fueros de razón y ve el mundo con ojos más pragmáticos que la filosofía de la existencia. Francisco Miró Quesada será entre nosotros un entusiasta cultivador de la corriente analítica.

Decíamos que el Perú de mitad del siglo XX se caracteriza por estar en una época de tránsito del patrón oligárquico a otro más clásicamente burgués:  concentración del capital en la industria urbana, democracia representativa tomada en serio, acercamiento de las masas al estado de bienestar, extensión de una educación entendida como potenciación de capacidades y provisión de competencias ciudadanas y laborales, etc. Componente de este proceso es el cultivo del modernismo y sus diversos ámbitos (literatura, artes plásticas, arquitectura, etc.) por parte de los intelectuales, un cultivo que en literatura venía de antiguo (González Prada, Valdelomar, Vallejo, ...) y que tuvo en la Agrupación Espacio -reunida en la segunda mitad de la década de 1940 alrededor de Luis Miró Quesada Garland- una expresión particularmente significativa. En filosofía, el ambiente de búsqueda se manifiesta en la opción de nuestros filósofos por diversas perspectivas. Algunos ejemplos: Francisco Miró Quesada cultiva la perspectiva analítica, Augusto Salazar Bondy propone una teoría de los valores cercana al socialismo democrático, Alberto Wagner de Reyna difunde el existencialismo heideggeriano, etc. Por otra parte, se hace en el mundo intelectual un esfuerzo significativo por salir del entrampamiento al que nos había conducido la supuesta contradicción entre andino/global, indigenismo/hispanismo, tradición/modernidad, etc. Los intelectuales de la época se abren sin rubor a lo uno y a lo otro, como ha demostrado recientemente Luis Rebaza Soraluz (2017: 47) en De ultramodernidades y sus contemporáneos.

Lo que me interesa subrayar es que, en la época mencionada, la búsqueda de cambios se advierte no solo en el ámbito económico (del modelo oligárquico centrado en la exportación sin valor agregado, con concentración del capital en muy pocas manos, a desarrollo basado en industria urbana), sino en la rearticulación y poblamiento del territorio, la constitución más precisa de los sectores sociales (proletariado urbano, campesinado, capas medias urbanas, burguesía industrial urbana), la búsqueda de participación ciudadana, la ampliación de los servicios públicos, la valoración de las culturas, las variadas formas de expresión artística, la búsqueda de nuevos horizontes para el pensamiento, las nuevas propuestas políticas, etc. Debilitados o desparecidos los “marcadores de certeza”, lo que está en juego en esos años, para expresarlo en terminología de Claude Lefort (2004: 38-39), es tanto la mise en forme (la dación de forma a la sociedad o mundo de “lo político”), como la mise en scène (puesta en escena o mundo de “la política”) y la mise en sens (provisión de sentido) a la naciente sociedad. En la concreción de esta renovación que afecta tanto a la conformación de la sociedad y las relaciones sociales cuanto a la vida política y al mundo simbólico, Francisco Miró Quesada participa, como filósofo, tratando de proveer de sentido a la praxis transformadora, y, como político, interviniendo activamente en la escena política.

El aporte del “hombre sin teoría”

La clave para interpretar los ensayos contenidos en Humanismo y revolución la propone el propio Miró Quesada en el prólogo a dicho libro. Los escritos incluidos en él, aunque elaborados en diversos años, son todos “como hitos en el camino, etapas en el esfuerzo continuado de hallar un nuevo tipo de fundamentación -más riguroso y más claro- para la praxis política.” (Miró Quesada, 1969: 8). Y con respecto a “El hombre sin teoría”, anota que “es el primer ensayo de fundamentación ideológica que hemos intentado. Lo hemos incluido porque es el punto de partida de nuestra trayectoria ideológica. Es, podría decirse, la vía negativa hacia el humanismo.” (Miró Quesada, 1969: 8), la eliminación de prejuicios teóricos que prepara el camino “para comprender la verdadera significación de una ideología centrada en el hombre.” (Miró Quesada, 1969: 9), el verdadero humanismo.

Las ideas de “El hombre sin teoría” se inscriben, sin mencionarlo, en ese clima de escepticismo de mediados de la década de 1950 que sería pronto tematizado por Daniel Bell (2015: 78-79) en El final de la ideología[2]. Se trata de un escepticismo que, en nuestro caso, expresa la desconfianza de los hombres de la época ante los frutos de racionalismo europeo, “desde el liberalismo del laisser faire hasta el nazismo y el marxismo.” (Miró Quesada, 1969: 74).  Se vive una época de búsqueda, de desorientación, de “desilusionado vivir”, dirá Miró Quesada citando a Ortega y Gasset, y, para ser más preciso, añadirá el propio Miró Quesada, se trata de “la época del desilusionado teorizar.” (1969: 74). Pero, aun en estas circunstancias, es preciso seguir preguntándose uno mismo qué hacer. Una posibilidad es reconstruir las viejas teorías y adaptarlas a nuevas exigencias. Otra posibilidad es elaborar teorías nuevas que permitan dar respuesta a las preguntas apremiantes de la actualidad. “Y nosotros, los hombres del desilusionado teorizar, como los hombres de otras épocas, al vernos en aprietos, estamos pensando también en ampliar o inventar teorías.” (1969: 75) Pero ahora somos conscientes de que nuestros posicionamientos teóricos no son tan sólidos como para universalizarlos. Nos atenemos generalmente a las teorías implícitas y espontáneas que nos vienen dadas con el lenguaje, del que no podemos prescindir. De lo que sí podemos prescindir es de las teorías elaboradas con fines cognoscitivos específicos y referidas a hechos. De las teorías sobre los hechos podemos hacer caso omito, pero no de los hechos mismos. Y el hecho más importante es que los hombres existen y que frente a ellos uno puede ser cruel o solidario. “En esta actitud de crueldad o de solidaridad el hombre despliega todas sus posibilidades.” (1969: 83). La vida humana entera se define según estas dos actitudes: lo demoníaco consiste en valerse de una teoría para legitimar el afán de hacer sufrir a los demás, mientras que la santidad radica en sacrificarse para impedir que los demás sufran. “Este es el gran hecho, el formidable hecho de la condición humana a través de la historia.” (1969: 84). Lo fundamental es, pues, lo siguiente: “Hay hombres que luchan contra el hombre, hay hombres que luchan por el hombre. Este hecho brinda dos posibilidades, dos caminos elegibles: o bien se decide explotar al hombre o bien se decide defenderlo.” (1969: 84-85)

Sobre este hecho básico de la vida humana se puede teorizar. Se puede, por ejemplo, explicar este fenómeno -dirá Miró Quesada pensando, sin duda, en el socialismo- a partir de las estructuras y las dinámicas sociales. Pero, sea verdadera o falsa esta explicación, “el hecho es que hay hombres que luchan por dominar a los demás y otros que luchan para impedir que los dominen.” (1969:85) Para ponerse de un lado o del otro no se necesitan teorías, aunque hay quienes recurren a ellas para justificar su comportamiento demoníaco o solidario. Es más, es preferible no basarse en teorías para no tener que cargar luego con las consecuencias imprevistas que de ellas se deriven en el futuro. Lo que se necesita es la decisión de ponerse del lado del bien, que “es lo único que da sentido a la historia y a la marcha sin horizontes de la humanidad.” (1969:87) Es decir, no es necesaria una teoría que atribuya un determinado sentido a la historia. Lo que importa, aquello que convierte en raigalmente ético el comportamiento, es la decisión, independiente de todas las teorías, de luchar por hombre y no contra él. Frente a la multitud de teorías que tratan de orientar y explicar el comportamiento, lo realmente significativo es el hecho de la condición humana y la decisión de ponerse del lado de los que luchan por el hombre o de los luchan contra el hombre.  Para orientarse en el mundo, afirma Miró Quesada, basta con participar de una teoría espontánea y solo implícita en el obrar. Desde esta perspectiva, se cae en la cuenta de un dato primordial: la división de los hombres en dos grupos, el de los que luchan contra el hombre (explotadores) y el de los que luchan por el hombre (liberadores). En esta bipolaridad consiste lo esencial de la condición humana a través de toda la historia de la humanidad. Quedan, por tanto, solo dos posibilidades: defender al hombre o explotarlo. Optar por una de ellas es fruto de una decisión personal. Para quien, siguiendo la lógica de la racionalidad liberadora, opta por la primera, la tarea es dura y el final imprevisible, pero es la única opción digna, la única que se funda en una evidencia indiscutible y que, por lo mismo, abre la posibilidad de unión de todos los hombres.

El ensayo del Miró Quesada desilusionado de la teoría comienza y termina con un verso, pletórico de significación, de Manuel Scorza: “Mientras alguien padezca / la rosa no podrá ser bella” (Miró Quesada, 1969: 59 y 89.

            El renunciamiento de Miró Quesada a teorizar (sin menoscabo de su clara posición del lado de los que quieren luchar por el hombre y no contra él) expresa no solo el debilitamiento general de las ideologías tradicionales a mediados del pasado siglo XX, sino la manifiesta ausencia en nuestro caso de una propuesta seriamente liberal. El autoritarismo oligárquico, mantenedor del modelo de exportación primaria, tenía su expresión en el gobierno de Odría; la oligarquía financiera estaba agrupada alrededor de Prado; desde la década de 1920, el aprismo y el socialismo se disputaban la representación de las capas medias y de los sectores populares del campo y la ciudad. Nótese, además, que los partidarios y sostenedores de Odría y de Prado son convocados no por ideologías sino por intereses crudos (hablar de “odriísmo” y de “pradismo” me perece un exceso), mientras que a los apristas y socialistas los convocan ideologías claramente definidas. Lo que quiero decir con esta anotación es que entre los intereses oligárquicos y las propuestas de los sectores medios y populares se advierte la ausencia de una propuesta de veras liberal que, además de expresar los intereses, expectativas e ideales de la emergente burguesía comercial industrial urbana, se muestre como portadora de un ideal de progreso social, económica y culturalmente inclusivo que le permita legitimarse e identificar demandas comunes con los grupos sociales subalternizados. El escepticismo teórico de Miró Quesada puede ser leído como una manifestación de esa ausencia de liberalismo clásico y, al mismo tiempo, como un llamado a la necesidad de proveer de teoría política a una decidida apuesta solidaria por el hombre.

Hacia la afirmación ideológica

 Recogiendo la expresión del filósofo y pedagogo alemán Johann Friedrich Herbart, Ortega y Gasset solía repetir –y lo dejó escrito en ¿Qué es filosofía? - que en filosofía “Todo buen principiante es un escéptico, pero todo escéptico es solo un principiante.” (1966: 181). Miró Quesada, quien conoció bien el pensamiento de Ortega, sabía que la renuncia a teorizar no podía ser una posición permanente. Además, los signos de los tiempos estaban cambiando. El autoritarismo odriísta, sostenedor del modelo oligárquico, se debilitó a mediados de la década de 1950. Es cierto que las elecciones de 1956 fueron ganadas por la oligarquía financiera representada por Manuel Prado, pero las capas medias, la nueva “intelligentsia” urbana y el emergente sector industrial comercial urbano entendieron el proceso electoral como una “oportunidad” para hacerse presentes en la escena política. Surgieron, así, tres propuestas, relativamente próximas, Acción Popular, Democracia Cristiana y Movimiento Social Progresista, y un liderazgo sobresaliente, el del arquitecto Fernando Belaúnde Terry. Característica esencial de estas nuevas agrupaciones políticas es que se proponían llegar al poder, pero para introducir, de manera gradual, modificaciones sustanciales en las estructuras socio-económicas y la cultura. Se abre, como hemos dicho, una “oportunidad”, un nuevo “kairós”, una época “acontecimental” en la que parece ser posible el encuentro fecundo entre la inteligencia y el poder político, una etapa en la que, como diría Badiou (2012: 63), los que vivían al borde al abismo, los que estaban presentes pero no presentados deciden ponerse de pie, presentarse, tomar la palabra.

Es lógico que un hombre como Francisco Miró Quesada, quien, a pesar del escepticismo primigenio, había decidido lucha por el hombre y no contra él, se incorporase a este movimiento, un tanto generacional, con la mejor de sus capacidades, precisamente la de teorizar. De ello dan muestra algunos de los escritos incluidos en el libro Humanismo y revolución, elaborados después del mencionado ensayo “El hombre sin teoría”, y varios otros trabajos, de entre cuales nos fijaremos aquí en Las estructuras sociales (1961).

Del abandono del escepticismo para buscar la verdad y ponerla al servicio de una política racional es también una prueba manifiesta la participación de Miró Quesada tanto en la elaboración de la ideología del Partido Acción Popular como en el compromiso político con los proyectos de este partido. Ya Belaúnde había adelantado, con el lema “el Perú como doctrina”, que la aspiración esencial de la joven agrupación política era, por un lado, distinguirse del capitalismo de enclave y del socialismo “importado”, y, por otro, acabar con las dicotomías entonces usuales (hispanismo/indigenismo; costa/sierra; Lima/provincias, tradición/modernidad) para pensar un Perú moderno, basado en la industria urbana, articulado a través de una extensa red vial, enriquecido con sus tradiciones ancestrales, y dispuesto a construir gradual y planificadamente un futuro diferente. En buena parte de estas miras, las propuestas de Acción Popular eran cercanas a las del Movimiento Social Progresista y de la Democracia Cristiana, y hasta podría decirse -como se advertiría después- que eran parecidas, en más de un aspecto, a las ideas sobre la seguridad nacional que se estaban elaborando en el Centro de Altos Estudios Militares.

Francisco Miró Quesada, siguiendo tradiciones enraizadas en la historia de la filosofía política, ve en el humanismo la posibilidad de proveer de fundamento y densidad filosófica a su decisión de pasar del “desilusionado teorizar” al compromiso ético de racionalizar la acción política. No es gratuito que parta, por tanto, de la interpretación del humanismo como “el reconocimiento del valor de la condición humana y la decisión de realizarlo.” (Miró Quesada, 1969: 91). Repasando la historia, advierte, sin embargo, que los grupos de poder minimizan el valor de las mayorías e, incluso, consideran a los miembros de estas como medios o instrumento para su afirmación en el poder. Frente a esta situación, el humanista reconoce en todos los hombres la dignidad y nobleza de su condición humana y lucha por su liberación total y definitiva. De donde se deriva que por humanismo hay que entender “el movimiento en favor de esta lucha (…) el movimiento integrado por todos aquellos que luchan individualmente o agrupados en partidos políticos para transformar la sociedad y el mundo todo en una morada del hombre.” (1969: 93). El humanismo lleva, por tanto, a una actitud de rebeldía frente a los abusos de los poderosos y a una actitud de afirmación y construcción de una sociedad diferente. Para ello, en el caso del mundo occidental, nos valemos del “libre análisis racional”. (1969: 95) que nos lleva a considerar que la verdad no depende de los poderosos sino de leyes objetivas, universales e inmutables. Por eso se puede afirmar “que los argumentos esgrimidos por los poderosos y sus secuaces para justificar su privilegio no son sino débiles falacias.” (1969: 96).

Frente a las posiciones tradicionales que reafirman la validez de la sociedad del privilegio, insurge la propuesta de la “sociedad ideal”, que pone en el centro la condición humana de todos y cada uno de los hombres. Se trata, por tanto, de una sociedad que, para expresar esta misma idea en términos de Taylor, pone en el centro ya no el privilegio o el honor sino el reconocimiento de igual dignidad para todo ser humano (Taylor, 1995: 225-256). El hombre, sostenía Kant y recoge Miró Quesada, es un fin en sí mismo y no un medio o instrumento de otros hombres. A partir de esta consideración, no es racionalmente admisible oponerse a la transformación de aquellos tipos de sociedad que impiden el desarrolle en plenitud de la posibilidad humana. “Solo hay una motivación que puede dar sentido a la historia política y poner en marcha a las grandes mayorías: la libertad final, la forjación de una sociedad racional o justa en donde todos los hombres puedan ser fines en sí…” (Miró Quesada, 1969: 99). El humanismo, que propone estas ideas, es una concepción revolucionaria porque plantea una nueva sociedad. Y “cuando la concepción humanista de la vida, del hombre y de la sociedad se transforma en ideología, la praxis política que esta ideología exige es una praxis revolucionaria.” (1969:101) que lleva a cambiar las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales, en una lucha que no debe cesar hasta que se alcance la liberación de todos los hombres.

A partir del principio fundante del humanismo, que enuncia que todo hombre es un fin en sí mismo y no un medio, es fácil deducir por simple raciocinio que el poder debe emanar no del privilegio sino del pueblo y que la sociedad que se busca construir debe estar compuesta por individuos solidarios y antirracistas, debe oponerse a todo imperialismo o dominio de una nación sobre otra, tiene que impedir que existan explotadores y explotados e incluso constituirse en una “sociedad sin clases” (Miró Quesada, 1969: 105).

En el ensayo que estamos comentando, “La ideología humanista”, y en varios más de los ensayos incluidos en Humanismo y revolución, Miró Quesada sigue elaborando filosofía política desde una perspectiva en la que resalta el esfuerzo por introducir la razón en la reflexión y la praxis políticas. Nosotros dejamos aquí esta expresión de su trabajo para presentar sus ideas en otro texto de la época, Las estructuras sociales, de 1961.

Teoría y práctica

 Los postulados programáticos de Fernando Belaúnde son llevados por Miró Quesada al mundo de la reflexión filosófica en Las estructuras sociales (1965), libro del que aparece una primera edición en 1961 y una segunda en 1965 con un “epílogo” a la segunda edición (la fe de erratas aclara que se trata de un prólogo) y un nuevo capítulo, el octavo. El libro es presentado como un ensayo de divulgación en el que se continúan las reflexiones iniciadas en “El hombre sin teoría” y se exponen las bases teóricas del concepto de “estructura social” que sirve de soporte y de guía a la propuesta política de Acción Popular.  

Como en sus escritos anteriores, el autor aplica en este nuevo trabajo el método analítico al estudio de los problemas sociales, evitando el uso de proposiciones inverificables y tratando de disolver los prejuicios de los sectores dominantes frente al concepto de estructura. Se trata, por otra parte, de un trabajo que recoge lo sostenido por el autor en el debate periodístico de la época. Para evitar malentendidos y refiriéndose al concepto de estructura y de transformación estructural, Miró Quesada anota en el prólogo que “Muchas personas creen que se trata de conceptos disolventes y peligrosos que pueden llevar al caos o la pugna sangrienta.” (1965: 18). Pero, en realidad, son conceptos provistos por el avance científico para entender la realidad de los países más retrasados y encauzar su transformación. Es cierto, sin embargo, -dirá el autor en el prólogo a la edición de 1965, cuando era ya evidente que el reformismo acciopopulista se había estrellado contra el muro reaccionario de apristas y odriístas- que el libro es “una de las últimas etapas en una larga polémica sostenida por elementos de diversos grupos contra el pensamiento conservador y reaccionario del Perú.” (1965: 181).

Miró Quesada entiende la sociedad como una estructura que se compone de grupos sociales que desempeñan roles diferentes y complementarios. Si bien la diferencia de roles puede generar desagradables oposiciones, la complementariedad salva esas oposiciones y se comporta como un llamado a la conciliación de los diversos grupos sociales. El carácter necesario de esa complementariedad evidencia por sí mismo la arbitrariedad de la lucha de clases.  Pero, de hecho, esta lucha existe y es necesario explicarla. Para ello se recurre al concepto de “tensiones estructurales” que el autor entiende como las tensiones que existen entre los fines perseguidos por los miembros de los diversos grupos sociales en función de su situación estructural y de las dificultades para lograr esos fines. Así, por ejemplo, entre la aspiración de los obreros a conseguir mejores salarios y el deseo de los empresarios de obtener mayores ganancias se produce una tensión estructural cuando uno de los conjuntos no respeta las normas establecidas. Interviene entonces el Estado para obligar, por el convencimiento o la fuerza, a respetar las normas. Si no se llega a buen puerto, la tensión puede amenazar con derrumbar la estructura. Viene, entonces, el momento de las concesiones y, con ellas, de la transformación de la estructura.

Ocurre, por otra parte, que la existencia de grupos sociales basados en la posesión o no de los medios de producción contribuye a definir y hasta agudizar la conciencia de clase. Cuando esta conciencia de clase se agudiza, se hace más difícil encontrar soluciones pacíficas a las tensiones estructurales.

En cualquier caso, la clase dominante no debería tenerle temor al concepto de transformación estructural. Se trata de una categoría que había sido ya acogida por los grupos políticos emergentes, y que había sido incorporada en los análisis de la realidad latinoamericana que hacían tanto la Alianza para el Progreso, como las conferencias de presidentes y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. En el Perú, Acción Popular había hecho de la transformación estructural una consigna para el enrumbar losd pasos hacia la sociedad justa, porque consideraba, además, que los cambios socioeconómicos eran condición necesaria para el buen funcionamiento de la democracia política. Estos cambios debían traducirse en el impulso a la industrialización, pasando por una transformación profunda de la estructura agraria.

La teoría, en este caso, aquella que apunta a la disolución de las tensiones sociales y a la construcción de una sociedad más justa, es heredera de los ideales del proyecto de la modernidad ilustrada, pero expresado ya en los términos del industrialismo decimonónico.  Se trata, por tanto, de pasar del irracional capitalismo primitivo, del que hasta entonces era víctima la sociedad peruana, a la racionalidad del capitalismo moderno que supone la presencia, no siempre armoniosa, de tres lógicas: la lógica de las libertades, expresada en el asentamiento de la democracia representativa y en el ejercicio pleno de las libertades individuales; la lógica del bienestar, que se concreta en el acceso equitativo a los servicios y bienes de consumo producidos por un subsistema productivo preferentemente industrializado; y, la que podríamos llamar, “la lógica de la ganancia normada”, es decir, aquella ganancia que se consigue sin violar las leyes de la convivencia y los principios éticos.

Para lograr este objetivo, apunta Miró Quesada, el ideal es situarse en un punto medio entre quienes ven toda transformación estructural como un atentado contra el orden establecido (reaccionarios) y quienes consideran dicha transformación como una necesidad histórica que hay que llevar a cabo a través de la lucha de clases (comunistas). La búsqueda de una alternativa a estos dos extremos lleva a Miró Quesada a considerar que lo aconsejado por las teorías contemporáneas es un proceso de “rectificaciones” para aminorar las tensiones y aproximarse, así, paulatina pero firmemente al anhelado desarrollo. La solución para reducir las tensiones estructurales a un mínimo imperceptible y nada peligroso está en seguir las vías del capitalismo desarrollado, incrementando la productividad con la introducción de innovaciones tecnocientíficas (como en Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Australia o Canadá) o adoptando el modelo de los países nórdicos de Europa en donde socialismo y capitalismo se confunden y pierden sus características diferenciales.

La propuesta de Miró Quesada apunta hacia una especie de domesticación del capitalismo salvaje o, si se prefiere, a una suerte de “racionalización” del “impulso adquisitivo” o auri sacra fames (sagrada/maldita hambre de oro) a la que se refiere Weber (1979: 52) en su conocido libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Siete años antes de que estalle la “revolución” de las Fuerzas Armas en 1968, que se define a sí misma como “ni capitalista ni comunista”, Miró Quesada propone un tipo de sociedad capitalista y socialista al mismo tiempo, entendiendo por capitalismo el canadiense o el alemán, y por socialismo el sueco o noruego, basados ambos en una suerte de “estado de bienestar” (concepto entonces naciente) que diluye las tensiones estructurales respondiendo adecuadamente a las necesidades sociales.

Hemos anotado que en la edición de 1965 de Las estructuras sociales, Miró Quesada añade un prólogo y un capítulo. En ellos se reitera la aseveración inicial de que hay dos grupos sociales básicos: el de los que están por el cambio de las estructuras y el de los que están en contra de ese cambio. Estos últimos, en el Perú, son los que han venido beneficiándose del primitivo capitalismo imperante, la vieja oligarquía. Del otro lado está la surgente burguesía industrial urbana, un grupo que no le teme a las “rectificaciones” que el país necesita. Este sector llevó a Belaúnde al gobierno de la nación, haciendo que el poder pasara “del grupo tradicionalmente dominante que había orientado lo resortes estatales en defensa de sus intereses a hombres que representaban al pueblo y que se habían comprometido a realizar una revolución democrática.” (Miró Quesada, 1965: 182) Pero la proyectada revolución democrática estaba siendo frenada por la coalición parlamentaria (apristas y odriístas), lo que abonaba el terreno para la insurgencia comunista. Por eso era necesario “meditar muy seriamente sobre el proceso de transformación estructural iniciado por el nuevo gobierno [el de Fernando Belaúnde] y sobre sus posibilidades de cumplirlo porque de estas posibilidades depende el futuro de la democracia en el Perú.” (Miró Quesada, 1965: 183). Esta necesidad de meditar lleva al autor, a pesar de que se sabe políticamente implicado en el asunto, a proponer un último capítulo para contribuir “a que el lector utilice sus facultades de análisis para formar sus juicios y tomar sus decisiones en relación a los acontecimientos políticos de la hora actual…” (Miró Quesada, 1965: 185). Si estas ideas “contribuyesen a racionalizar la política y a liberarla cada vez más de los factores pasionales que tanto daño han hecho en el pasado, consideraremos que nuestro libro no ha sido inútil.” (Miró Quesada, 1965: 185. El resaltado en negritas es nuestro).

 Anotación final

 Sería absurdo pensar que, en los trabajos aquí comentados, Miró Quesada, un fervoroso belaundista que participó activamente en la elaboración de la ideología acciopopulista y en la vida política, no manifiesta un posicionamiento ético-político. El autor no pretende ocultar su adhesión al acciopopulismo, sino más bien fundamentar ética y racionalmente el compromiso político, comenzando por el suyo, sobre la base, esencialmente, de dos fuentes: la “autotelia” o principio de que el hombre es un fin en sí mismo y no medio para otro, que recoge de Kant, y los conceptos de estructura y transformación estructural, que recoge de las ciencias sociales de la época.

En un breve escrito de 1982 sostuve, y me ratifico en ello, que si algo caracteriza a la trayectoria de Francisco Miró Quesada es su búsqueda indesmayable del “ideal de vida racional”. Se advierte ese afán tanto en su reflexión filosófica como en su compromiso político. Hasta puede decirse que la búsqueda afanosa de ese ideal explica el escepticismo raigal de “el hombre sin teoría”, la rebeldía antioligárquica del joven filósofo, el compromiso con los postulados ideológicos –que él mismo contribuyó a formular- del acciopopulismo, su posterior distanciamiento de la praxis política del partido y el afincamiento permanente en un irrenunciable humanismo. Es finalmente este afincamiento en el humanismo lo que le permite no contaminarse con las claudicaciones de las dirigencias políticas y seguir luchando por el hombre ya no desde la participación política directa sino desde el periodismo y la filosofía.

Bibliografía

 

Badiou, Alain (2012). El despertar de la historia. Buenos Aires: Nueva Visión.

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Lefort, Claude (2004). La incertidumbre democrática. Barcelona: Anthropos.

López Soria, José Ignacio (1982). Los heterodoxos de Acción Popular: Miró Quesada. La República, Opinión, viernes 1 de octubre de 1982, p. 11.

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Miró Quesada C., Francisco (1965). Las estructuras sociales. Ensayos de divulgación. Lima: Tipografía Santa Rosa, 2ª. ed. [1.a ed., 1961].

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Ortega y Gasset, José (1966). ¿Qué es filosofía? Madrid: Revista de Occidente. [5ª. ed. La 1ª edición es de 1958]

Rebaza Soraluz, Luis (2017). De ultramodernidades y sus contemporáneos. México: Fondo de Cultura Económica.

Taylor, Charles (1995). The politics of Recognition. En: Philosophical Arguments. Cambridge Ms: Harvard U. P., p. 225-256.

Weber, Max (1979). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península.



[1] El título en alemán, Die Zerstörung der Vernunft, pone el énfasis en la destrucción de la razón, mientras que el título en húngaro, Az ész trónfostása, habría que traducirlo como “destronización” de la razón.

[2] La edición en castellano empobrece el título, que en el original inglés es: The End of Ideology. On the Exhaustion of Political Ideas in the Fifties.

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