José Ignacio López Soria
Pocas
veces, si alguna, se pone de manifiesto, de manera tan clara e integral, la
relación forma/función del modernismo arquitectónico como en los campamentos y
ciudades empresa del capitalismo industrial del siglo XX. Edith Aranda,
socióloga de formación y distinguida profesora de la UNI, viene estudiando este
tema desde hace años y dando cuenta parcial de sus resultados en escritos
anteriores. Hoy, con la publicación de El proyecto urbano moderno de los company
towns en el Perú: La Oroya y Talara, 1940-1970, la autora nos entrega un
texto rico en información (histórica, económica, social, urbanística, política
y cultural), bien organizado, con posiciones convincentemente sustentadas, y de
fácil y agradable lectura. El repaso de sus páginas nos permite asistir al
proceso de conformación y desarrollo de dos espacios urbanos emblemáticos, La
Oroya y Talara, presentados ambos por la autora como ejemplos de “enclave” del
capital extranjero y de vigencias modernizadoras en entornos esencialmente
tradicionales.
El
objetivo del trabajo es claro. Se trata, es cierto, de describir el mencionado
proceso de constitución y progreso de dos campamentos convertidos luego en
ciudades empresa, pero lo que se pretende en realidad es desentrañar la
relación entre forma urbanística y habitacional, de un lado, y, de otro,
construcción de identidad, formación de socialidad, elaboración de cultura y
facilitación del reconocimiento y ejercicio del poder. En cada caso, se
comienza presentando la historia del proceso de poblamiento inicial del
espacio, no sin esbozar las relaciones con el entorno, y se da cuenta del
establecimiento en la zona de la empresa en cuestión, con ciertos apuntes sobre
la economía regional circundante. Se estudia luego la estructuración urbana y
habitacional y el tipo de identidad y socialidad (mundo de la vida) que ellas
pretenden configurar. Se analiza a continuación el proceso mismo de
socialización poniéndose énfasis en los aspectos culturales y, concretamente,
en la dialéctica tradición/modernidad a la que los pobladores se encuentran
incorporados. La parte final de cada estudio está reservada para el análisis de
la microfísica de un poder que puede manifestarse sin ambages por la condición
de “enclave” que el poder político nacional concedió generosamente a las
empresas extranjeras.
El
estudio central, capítulos III y IV, está seguido de un análisis
comparativo que “contrasta”, subrayando
las diferencias, lo ocurrido en La Oroya (modelo logrado solo a medias) con lo
que pasó en Talara (modelo desarrollado plenamente). Esta metodología del
contraste no impide a la autora hacer caer en la cuenta de las similitudes
entre ambos espacios: el paso de condiciones y formas de vida tradicionales a
modernas (con cierto mantenimiento de vigencias locales), diversificación de la
estratificación social, generalización del trabajo asalariado, orden coercitivo
que supedita la vida enteramente (incluyendo el ámbito de lo privado) al
proceso de producción, fomento de la capacitación en el proceso laboral, influencia
en las relaciones y formas de producción del entorno de las ciudades empresa, etc.
Anteceden
al estudio concreto de la realidad dos capítulos dedicados, el primero, a la
presentación del cuerpo conceptual y, concretamente, al estudio de la relación
entre ciudad y modernidad, y, el segundo, al repaso de la historia de la
modernización urbana en América Latina, poniéndose el énfasis en los proyectos
de company towns y sus efectos en la
socialidad.
Estamos,
pues, ante un texto que presenta el tema de los campamentos y ciudades empresa
desde una rica variedad de dimensiones. Para lograr esta diversidad de
perspectivas y luego conjugarlas en una visión articulada, la autora ha tenido
que revisar una abundante bibliografía (filosófica, histórica, urbanística,
sociológica, etc.), estudiar minuciosamente decenas de documentos oficiales,
recoger información y posicionamientos de las empresas concernidas, analizar
las publicaciones periódicas de la época (principalmente boletines de minas e
ingeniería), desarrollar trabajo de campo para reunir información y testimonios
de los habitantes, e incluso acercarse a
la literatura que refigura aspectos de la vida en los company towns (M. Scorza, C. Calderón Fajardo, …).
El
estudio de Edith Aranda nos sitúa de un tramo -el de 1940 a 1970- del proceso
de “modernización” de la sociedad peruana en el que la ciudad, la industria, los
sectores medios urbanos y los trabajadores organizados son los actores más relevantes.
Se trata de una época de nuestra historia en la que el antiguo orden
oligárquico estaba jugando su última partida, pero en el escenario no se
perfilaba una burguesía industrial urbana con un proyecto social alternativo y
con la posibilidad real de sustituir a la vieja oligarquía. No existía una
tradición liberal que hubiese cuajado en organización política. El liberalismo
de entonces era fruto o bien del desencanto con respecto a las posibilidades
salvíficas del fascismo o bien del sueño por un Estado de bienestar cuyas bases
estaban lejos de haberse echado. El proceso de industrialización, además de timorato
y atravesado de externalidad, obedecía a un molde, el de sustitución de
importaciones, que no daba para construir liderazgos y articular hegemonías
sobre la base de la satisfacción de las necesidades materiales y culturales de
pobladores ahora ya organizadamente presentes en la escena pública. El proceso
de urbanización obedecía más a dinámicas de expulsión del campo (por la
maquinización del trabajo agrícola y minero, la composición de tierras y la
contaminación de zonas de cultivo) que a la necesidad de fuerza de trabajo de
la débil industria urbana. Puede, por tanto, afirmarse que entre nosotros, en
esa época, urbanización no necesariamente equivalía a modernización.
Quedaban,
sí, como portadores de modernidad los sectores medios urbanos profesionalizados
y los trabajadores asentados en la socialidad capitalista (identidad,
relaciones de producción, cultura…), dispuestos unos y otros a construir, a
través de sus propuestas y organizaciones, espacios de encuentro, caminos convergentes
y objetivos equivalenciales con los “condenados de la tierra” y lo poco que
había de burguesía nacional. Los primeros se mueven como pez en el agua en el
mundo de la cultura y, efectivamente, consiguen que esta resurja, poderosa y
“peruanizada”, tanto en la esfera del conocimiento y el pensamiento, como en la
de la legitimidad (ética, legalidad, filosofía política, teología) y,
especialmente, en el ámbito del arte y el lenguaje. La abundancia de
pensadores, artistas y escritores de talla de mediados del siglo XX es muestra
evidente de lo que estamos sosteniendo. Son las clases medias urbanas y
profesionalizadas las que han decidido tomar la palabra (y no prestársela al
poder ni a los sectores subalternizados) para dar cuenta de sus demonios, expectativas
y propuestas desde un posicionamiento que, abandonando las dicotomías usuales
(indigenismo / hispanismo; tradición / modernidad; propio / extraño; capitalismo
/ socialismo, etc.), asume como propios el dentro y el fuera, lo uno y lo otro,
lo secular y lo sagrado, el mito y lo real, lo tradicional y lo moderno, lo
andino y lo costeño, etc.
El
hecho de estar conscientemente asentado en esta dicotomía fue probablemente la
mayor fuente de creatividad de este sector social. Junto a él, pero hablando
poco, si algo, entre ellos, estaba el otro sector, el de los trabajadores principalmente
de la ciudad, pero también del campo, en proceso de incorporación a la socialidad
moderna y, más concretamente, al ideal del progreso. Ganado por ideologías que
venían de la década de 1920 (aprismo y socialismo), este sector reafirmó en la
época que nos ocupa (1940-1970) su condición de promotor principal del
movimiento social, de portador de ideales de equidad y justicia
distributiva, de modernizador sin
pérdida de tradiciones ancestrales, de reconocimiento de diversidades
culturales.
En
este contexto, y después de un largo proceso que arranca a comienzos del siglo
XX, se fortalece el modelo de modernización aportado por los company towns. Pero este modelo no es generalizable por su condición de
“enclave”, espacio enclavado en los andes centrales (La Oroya) o en la costa
norte (Talara) y favorecido con un régimen de excepción tributaria, jurídica y
político-administrativa que el Estado le otorga. Se trata, además, de un modelo
que, a juzgar por los aportes de Judith Aranda, está centrado, desde arriba, en
lo que, con M. Berman y J. Habermas, podemos considerar como “modernización” o
procesos de racionalización de los subsistemas sociales (producción,
comercialización, estructura urbana, escolarización, urbanización, gestión de
la convivencia, etc.) para incrementar la productividad. En este caso, el
predominio de la racionalidad instrumental es completamente evidente. Es más,
cuando el modelo, como en el caso de Talara, puede aplicarse con más facilidad,
el campamento y luego la ciudad empresa son pensados como panóptico (J. Bentham
y M. Foucault), un mundo en el que el poder está siempre observando y controlando,
incluso el ámbito de la vida privada, para que todo contribuya a la
maximización de la ganancia.
De
este modelo está lejos la “modernidad” como torbellino (Berman) que arrasa con
todo, tanto en el ámbito de las esferas de cultura, como en los subsistemas
sociales y en el mundo de la vida. Es cierto, sin embargo, como estudia la
autora, que la permanencia en los company
towns, especialmente cuando, como en el caso de Talara, es la compañía
misma la que cultiva con esmero el sentimiento de pertenencia entre sus
trabajadores, estos se van empapando de la cultura de la empresa e incluso van
construyéndose una identidad “moderna”, en el sentido de funcional a la marcha
de la empresa y el logro de los objetivos empresariales. Esta funcionalidad
está atravesada de racionalidad instrumental y, por tanto, alejada de la
racionalidad liberadora que es también componente esencial de la modernidad.
Hablando en términos de las tres lógicas fundantes de la modernidad, podríamos
decir que los company towns cumplen a
cabalidad las lógicas del capitalismo y de la industrialización, pero son
totalmente ajenos a la lógica de la sociedad civil que se expresa en
democracia, en respeto de los derechos del hombre y del ciudadano y en
construcción de identidades hechas a vivir en mundos electivos y no ya
preceptivos.
Unido
a trabajos recientes, que se han centrado en el “modernismo” artístico y
arquitectónico [1. Rebaza
Soraluz, Luis (1917). De
ultramodernidades y sus contemporáneos. México/Lima: FCE. 2. Bonilla, E.;
H. Abarca et alii (2016). Walter
Weberhofer. El proyecto moderno en el Perú. Lima: Univ. de Lima. 3. Acevedo,
A. y M. Llona (2016). Catálogo Arquitectura
Movimiento Moderno Perú. Lima: Univ. de Lima], el trabajo de
Edith Aranda aporta al estudio de mediados del siglo XX perspectivas
interesantes y una valiosa información sobre los campamentos y ciudades
empresas como modelos territorializados de “modernización” urbanística, social
y empresarial.
A
pesar de estos importantes avances, sigue faltando un estudio comprehensivo,
abarcador, holístico, sobre la modernidad en el Perú de esos años, un estudio
ambicioso que se refiera (para ponerlo en términos de Weber y Habermas) tanto a
las esferas de la cultura como a los subsistemas sociales y al mundo de la vida,
o que abarque (para expresarlo en categorías de Heller) tanto las lógicas del
capitalismo y de la industrialización y como la de la sociedad civil. La
carencia de ese estudio hace que entendamos solo a medias lo que vino después: desde
la modernidad autoritaria de los regímenes militares de 1962 y 1968 hasta la
modernización neoliberal de la última década del siglo XX.
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