José Ignacio López Soria
Presentación en Quito del libro La palabra vecina.
Le he puesto un título a mi intervención porque lo que voy a hacer no es propiamente una presentación del libro sino una reflexión sobre el tema. Tengo, sin embargo, que comenzar señalando que La palabra vecina (1) es el fruto material del encuentro de escritores ecuatorianos y peruanos, que tuvo lugar en Lima en noviembre de 2007. En él se reúnen los trabajos presentados por los poetas ecuatorianos María Fernanda Espinoza y Fernando Balseca, y los peruanos Mario Montalbetti y Rosella di Paolo; los narradores peruanos Alonso Cueto, Fernando Ampuero y Oswaldo Reynoso, y los ecuatorianos Javier Vásconez, Carlos Carrión y Raúl Pérez Torres; y los ensayistas Alejandro Moreano de Ecuador y Fidel Tubino de Perú.
Estoy seguro de que ustedes van a leer el libro, si no lo han leído ya. Por eso, no me referiré a lo que dicho en él sino a lo no dicho. Y lo no dicho es, en primer lugar, que la intención de los promotores, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura y el Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, apuntaba a facilitar el encuentro no solo de los mencionados escritores y pensadores entre sí sino de ellos con el público. Y por “público” entiendo aquí a quienes tuvieron la suerte de asistir a las conferencias y hablar con los expositores, pero también a quienes, más allá del recinto de las conferencias, pudieron ver sus rostros, escuchar sus voces y leer sus declaraciones en los medios de comunicación y sus textos en el libro publicado. Los participantes ecuatorianos volvieron a sus casas, pero dejaron en el Perú como heredad su palabra.
Lo que el libro tampoco dice es que el encuentro fue un evento y no simplemente un hecho. Los hechos son entidades consumadas, acerca las cuales no queda sino registrarlas. Y al hacerlo, al registrar los hechos, como lo hace la historiografía tradicional, los dejamos en la definitividad de su condición de pasado, un pasado del que hablamos pero con el que no podemos ya hablar. Es decir, los hechos desaparecen de la presencia para quedar arrinconados en el desván de lo ya sido. El evento, por el contrario, es un acaecer convocante, un acaecer que mantiene su presencia como monumento, como mensaje que nos convoca a rememorar juntos el pasado, pensar el presente e imaginar el futuro. Si, desde el inicio, entendimos el encuentro como evento es porque lo que queríamos no era producir un hecho para dejarlo registrado en las memorias institucionales, sino abrir un espacio dialógico, desbrozar una trocha, inaugurar un camino que, con el compromiso de todos, esperamos seguir transitando mil años más.
La palabra vecina es, por tanto, más que una colección de textos. El título expresa, aunque el libro no lo diga explícitamente, una voluntad de encuentro mediado por la palabra. La palabra es vecina no porque sea de alguien que está físicamente cerca sino porque es escuchada con atención y con gozo en la propia casa. La palabra del vecino la oímos, pero es para nosotros extraña, lejana, si no nos habla ni nos sentimos hablados por ella. La palabra es vecina cuando la escuchamos, le prestamos oído atento, cuando es para nosotros una fuente de gozo porque nos habla y nos sabemos hablados por ella.
Que el encuentro sea mediado por la palabra no significa únicamente que la palabra sea un vehículo de transmisión de doble vía de saberes, sensibilidades, quereres, mundos simbólicos, etc., aunque esto no es ciertamente poco, porque ya como vehículo de transmisión la palabra, cuando es escuchada atentamente, aproxima, enriquece. Pero la mediación de la palabra significa, además, que el encuentro se produce en la palabra, es decir que ella misma, cuando es vecina, es ya encuentro, horizonte abierto que provee de sentido a los hablantes sin pérdida de sus propias pertenencias, porque los convoca a ensanchar su propia autopercepción.
Finalmente, el libro no dice ni puede decir que el encuentro en la palabra, que iniciamos en Lima y continuamos aquí, es una fiesta del lenguaje en cuanto habla, un habla que se sabe heredad compartida y diferenciada al mismo tiempo. En cuanto compartida, esa heredad común nos acerca, nos da a todos un aire de familia, nos facilita el encuentro. Pero lo festivo, la principal fuente de gozo y de enriquecimiento, está precisamente en la diferencia, porque es ella la que nos abre, desde nuestra propia habla, a nuevas sensibilidades, a juegos nuevos del lenguaje, a nuevas experiencias de la verdad y de la refiguración simbólica.
Después de años de mirarnos desde hechos que la historiografía se encargaba de registrar celosamente, hemos decidido al fin optar por la palabra. Y en la palabra, cuando es vecina, la realidad pierde su terca corporeidad, su pretendida objetividad, para convertirse en interpretación. Los hechos no saben de diálogo. Frente a la supuestamente probada verdad de los hechos no caben sino su aceptación o su negación. Las interpretaciones, por el contrario, son de suyo dialógicas, porque se saben herederas y portadoras de horizontes particulares de significación y, consiguientemente, no sólo toleran sino que propician una experiencia de la verdad que se realiza en un diálogo poblado de consensos y enriquecido por los disensos.
No quiero terminar esta breve intervención sin reconocer la creatividad del poeta Antonio Cisneros, director del Centro Cultural Inca Garcilaso, al poner al evento un título que habla por sí mismo, y sin mencionar el trabajo de Marcel Velásquez, funcionario del Centro, y de Amalia Castelli, de la OEI, para llevar a cabo el encuentro. Quiero, además, agradecer el apoyo recibido tanto del gobierno peruano, a través de su canciller, el embajador José Antonio García Belaúnde, como del ecuatoriano, a través de su entonces ministra de relaciones exteriores, la poeta María Fernanda Espinoza, y de Diego Ribadeneira, embajador de Ecuador en Lima. Además de agradecer a la Universidad de San Marcos de Lima por colaborar en la edición del libro, mi agradecimiento va especialmente dirigido a los escritores y pensadores ecuatorianos y peruanos que aceptaron gustosamente hacernos partícipes de sus propias creaciones. Finalmente, gracias Vicente Rojas, embajador de Perú en Quito, y Fernando Chamorro, representante de la OEI, por permitirnos, al organizar esta velada, proseguir aquí el diálogo que iniciamos en Lima.
(1) VVAA. La palabra vecina. Encuentro de escritores Perú-Ecuador. Lima: 2008, Organización de Estados Iberoamericanos –OEI, Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores, Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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