José Ignacio López Soria
Presentación del libro La razón racial. Clemente Palma y el racismo a fines del siglo XIX . (Lima: Universidad Científica del Sur, 2010) de Rubén Quiroz Ávila.
No puedo comenzar sin manifestar mi agradecimiento al joven e inquieto filósofo Rubén Quiroz Ávila y a la Universidad Científica del Sur por invitarme a participar en la presentación de un libro, La razón racial. Clemente Palma y el racismo a fines del siglo XIX . (Lima: UCS, 2010), que trae a la presencia una variable significativa del pasado de nuestro propio presente. Se trata del racismo, una herencia que nos viene de los días del coloniaje y que, como ha mostrado recientemente Jorge Bruce, sigue habitando nuestro imaginario y nuestras prácticas cotidianas.
Subrayo, en primer lugar, que el libro esté dedicado a David Sobrevilla, un filósofo que, siguiendo inicialmente el sembrío de Augusto Salazar Bondy, ha empeñado sus reconocidas competencias en reconstruir y “repensar” (término que le es particularmente querido) nuestra tradición filosófica de los dos últimos siglos. El campo abierto por estos maestros sanmarquinos está siendo hoy cultivado por nuevas generaciones de filósofos, en un esfuerzo encomiable por revisitar nuestras tradiciones filosóficas, remontándose, en algunos casos, con el apoyo de profesores como José Carlos Ballón, hasta el pensamiento de la época colonial. No se puede desconocer, por otra parte, que hay otros profesores como Alberto Quintanilla y Augusto Castro, que están también contribuyendo al mejor conocimiento de nuestro pasado filosófico.
El libro de Rubén Quiroz se propone como objetivos, primero, reconstruir una parcela importante del discurso hegemónico, el de las razas, analizando su contenido y estrategia de producción e instalación, y, segundo, deconstruir ese discurso, dando cuenta del paradigma conceptual que le sirve de sustento y del proyecto sociopolítico en el que se inscribe. Se trata, en general, de una especie de genealogía o arqueología de una forma de exclusión, el racismo, que llega, solapada a veces y a veces desbocada, hasta nuestros días.
Para cumplir ese propósito, el autor adopta como estrategia discursiva la exploración de los referentes filosóficos y la pragmática expresiva de Clemente Palma, estudia luego el racismo en la narrativa de este escritor y analiza, finalmente, en perspectiva hermenéutica El porvenir de las razas en el Perú, libro que publicara Palma en 1897. El trabajo de Quiroz termina con unas reflexiones finales, a las que sigue la bibliografía revisada en la investigación.
Con respecto a la perspectiva de abordaje del tema quiero subrayar que el autor, quien se atribuye la condición de “mestizo”, manifiesta haber sufrido en carne propia la exclusión social y simbólica y, por otra parte, ha sido beneficiario de un programa de inclusión a través una “acción afirmativa” de un organismo de cooperación internacional, lo que le ha llevado a realizar estudios de postgrado en el extranjero. Desde este lugar de enunciación, Quiroz se propone, como dice en la “Introducción”, contribuir a la elaboración e instalación de un “arquetipo epistemológico menos excluyente”. El repertorio discursivo y referente epistémico de Quiroz se alimenta, además y concomitantemente, de los debates de los estudios culturales, que han puesto especial énfasis en el desocultamiento de la relación entre producción de sentido y arquitectura del poder, de las propuestas de Aníbal Quijano sobre la colonialidad del poder y del saber, y de la tradición hermenéutica, entendida más como interpretación de textos, en la línea enriquecida por Gadamer, que como “ontología débil” de la actualidad, en la versión preferida por Vattimo.
En el andamiaje teórico y narrativo desde el que el autor se acerca al tema, se advierten no pocas ausencias como las reflexiones iniciales sobre raza e identidad de F. Fanon y sobre la “invención de América” de E. O’Gorman, la reflexiones de M. Foucault y los postestructuralistas sobre poder y construcción de subjetividad, las anotaciones de T. Todorov en el racismo, los aportes de Escuela de Birmingham, el pensamiento de E. Lévinas sobre la “otredad”, los influyentes análisis de E. W. Said sobre las maneras occidentales de atribuir identidad al “otro”, el candente debate actual sobre subalternidad, postcolonialidad, colonialidad, interculturalidad, etc.
En cuanto a los referentes histórico-filosóficos de la época de Palma y en los que este se basa, el autor menciona a Rodríguez de Mendoza y el Convictorio Carolino, a Sebastián Lorente, a los contemporáneos Carlos I. Lissón, Mariano H. Cornejo y Javier Prado, y a los extranjeros A. Fouillé, J.M. Guyau, G. Le Bon, D. F. Sarmiento, Ch. Darwin, C. Linneo y J.A. de Gobineau, entre otros. Espigando de estos autores ideas sueltas y tratando de articularlas desde un confuso trasfondo hecho de naturalismo, positivismo e idealismo kantiano, Palma, nos dice Quiroz, se propuso reasumir el proyecto criollo de construcción de la nación después del desastre de la guerra con Chile, tratando de pensar y legitimar una convivencia con manifiesto predominio criollo y con subordinación, si no exclusión, de los pueblos originarios, afrodescendientes, asiáticoperuanos y las diversas formas de mestizaje.
En la construcción de ese pensamiento y de esa estrategia de legitimación del poder, si nos atenemos al estudio de Quiroz, Palma no tuvo en cuenta el debate entre conservadores y liberales que atravesó buena parte del siglo XIX y en el que Bartolomé Herrera y Benito Laso desempeñaron papeles relevantes; tampoco supo Palma de las propuestas y la visión del Perú que estaban poniendo ya en la agenda pública los ingenieros, arquitectos y empresarios desde la Escuela de Ingenieros y luego desde la Sociedad de Ingenieros del Perú; y, finalmente, parece que Palma no tuvo oídos para oír el discurso contrahegemónico de signo predominantemente anarquista que iban construyendo los trabajadores del incipiente sector industrial y que tenían en M. Manuel González Prada a un visible exponente, como parece que tampoco acertó Palma a leer el trasfondo de indignación que revelaba, a su manera, la literatura indigenista. En fin, lo que quiero decir es que, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, la lucha por el sentido, en la que evidentemente se inscribe la obra de Palma, era mucho más rica y colorida de lo que, al hilo del trabajo de Quiroz, el hijo de don Ricardo suponía. O tal vez –me arriesgo a sospechar- el autor de El porvenir de las razas en el Perú practicaba una “docta ignorantia” frente a todo pensamiento que debilitara su posición.
Sobre el trabajo de reconstrucción/deconstrucción en el que se embarca Rubén Quiroz, subrayo la importancia del énfasis puesto en dos aspectos: el esfuerzo por anudar, de un lado, la narrativa histórico-filosófica sobre el Perú y, del otro, el proyecto político de hegemonía criolla, incidiendo en la continuidad de la colonialidad del poder y del saber; y el intento, por parte de la “ciudad letrada” del paso del siglo XIX al XX, de “secularizar” las vigencias coloniales tratando de dotarlas de un fundamento “objetivo”, científico, recurriendo al naturalismo, al evolucionismo y al positivismo, principalmente, y poco después al espiritualismo.
Quiero terminar formulando unas preguntas. ¿Por qué hoy, es decir en los últimos lustros, la historia del racismo y sus actuales manifestaciones nos convocan al pensamiento? ¿Se trata simplemente de una moda puesta en la pasarela por los estudios culturales y su afán por hacer de los imaginarios y mundos simbólicos el objeto preferente de investigación? ¿Por qué cuando en 1981 publiqué el pensamiento fascista me regalaron los medios no críticas sino insultos y, por el contrario, hoy se reciben con aplausos libros parecidos como el que hoy presentamos o Nos habíamos choleado tanto, el exitoso libro de Jorge Bruce?
No tengo respuesta, pero sí sé que el llamado “otro” -el “excluido”, el “subalternizado”- ha tomado, en los últimos años, por sí mismo la palabra y nos la está haciendo oír para contarnos sus historia y la nuestra. El “otro” no es más para “nosotros” una “externalidad”, sino alguien que nos habla y por quien nos sentimos hablados. La palabra del “otro” nos interpela, nos convoca a explorar nuestras propias tradiciones discursivas para desocultar lo que en ellas hay de violencia física y simbólica; nos llama a ir más allá de la antigua tolerancia y de la moderna inclusión, para construir juntos una forma de convivencia que no solo liquide la violencia social y simbólica, sino que se base en un diálogo enriquecedor y gozoso entre las diversidades que nos constituyen.
El libro que hoy presentamos se inscribe en esta utopía de nuestro tiempo. No se trata de calificar a Palma y a su entorno de racistas, sino de deconstruir las claves de ese pensamiento para explorar cuánto de esa tradición autoritaria, segregacionista, explotadora y violenta habita aún nuestra subjetividad, configura nuestras relaciones sociales y recorre nuestra institucionalidad.
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