José Ignacio López Soria
Publicado en: Díaz-Romero, Pamela (ed.). Caminos para la inclusión en la educación superior. Lima, Fundación Equitas, 2006, p. 9-11.
Quiero comenzar agradeciendo a la Fundación Equitas y especialmente a Pamela Díaz-Romero la deferencia de ofrecer a la OEI la posibilidad de coeditar un libro en cuya elaboración nosotros no habíamos participado, pero con cuyas líneas maestros coincidimos. Agradezco igualmente la oportunidad que se me brinda de escribir el prólogo porque ello me incentiva a continuar, aunque sea brevemente, las reflexiones que adelanté en mi intervención en el seminario de Lima.
Después de referirse a las tendencias de las reformas educativas de los últimos lustros en América Latina, Pamela se encarga, en la “Presentación”, de dar cuenta de los ejes fundamentales del libro y de informar al lector de que Caminos para la Inclusión en la Educación Superior en el Perú no es un conjunto de propuestas cerradas sino una exploración abierta y dialógica que recoge reflexiones y experiencias, todas ellas en proceso.
Abundando en los apuntamientos de mi propia intervención, yo diría que las actuales políticas y prácticas de inclusión, por un lado, revelan que la institucionalidad establecida era excluyente, y, por otro, responden, al menos, a dos fenómenos de índole diversa: la dinámica expansiva de los subsistemas sociales y, muy especialmente, la decisión organizada de “los otros” -aquellos que no eran considerados como portadores de cultura ni tenían cabida digna en dichos subsistemas- de tomar la palabra y exigir ser tenidos en cuenta. Si mis ojos no me engañan, la perspectiva de los excluidos, aunque siga apuntando a la inclusión, se orienta cada vez más, a diferencia de lo que ocurriera en décadas pasadas, al diseño y construcción de una convivencia digna, gozosa y enriquecedora de diversidades.
Si ya la inclusión misma, entendida en términos tradicionales, plantea serias dificultades a la cultura y a la institucionalidad existentes, el postulado de una convivencia de diversidades no sólo aumenta las dificultades sino que remueve los cimentos de lo establecido y exige repensar tanto la cultura como las formas de la convivencia, especialmente en países como los nuestros, multiculturales, multiétnicos y plurilingües.
La solución no es fácil si tenemos en cuenta las dimensiones indicadas de la inclusión. Atenidos a las ideas regulativas del proyecto moderno, “nosotros” hemos ido construyendo, con las patologías que conocemos, esferas culturales y subsistemas sociales en los que la diversidad no puedo ser incorporada sino al alto costo de la neutralización de las pertenencias. Convencidos como estamos de la validez y conveniencia universales de nuestro paradigma perceptivo, axiológico, simbólico y práctico y de sus objetivaciones institucionales, entendemos “al otro”, en el mejor de los casos, como sujeto de inclusión y pensamos en “acciones afirmativas” para incorporarlo a nuestro mundo en condiciones de equidad. Evidentemente, esto no es poco y la prueba está en el enorme esfuerzo que ha costado y sigue costando que el mundo de lo público se atenga, en serio, al principio de equidad y diseñe y ejecute políticas realmente inclusivas.
Visto, en embargo, el problema desde la expectativa de construir formas de convivencia capaces de gestionar cuerdamente las diversidades, el asunto se complica porque, teniendo incluso la voluntad de hacerlo, nos encontramos huérfanos de agarraderos teóricos y prácticos para llevarlo a cabo. Venimos de un proyecto, el moderno, que se propuso, de un lado, desconocer honores y privilegios, y, de otro, reconocer igual dignidad a todos los hombres. Y este paso, como sabemos, fue de enorme trascendencia histórico-filosófica. Pero ese proyecto hizo de la homogeneización su piedra angular y, por eso, le ha sido muy difícil, si posible, vérselas con la diversidad.
Lo que quiero decir, aunque no puedo aquí desarrollarlo, es que el proyecto moderno da para pensar la inclusión en términos tradicionales, pero desde él no es fácilmente imaginable un modelo societal que nos permita vivir dignamente juntos siendo diferentes.
En el caso concreto de la educación, el asunto se complica porque el sistema educativo desempeña tradicionalmente un rol protagónico en la construcción de homogeneidades. Cuando la educación básica desempeña eficazmente ese rol, la necesidad de atender la diversidad no es percibida ni tematizada por la educación superior porque a ella le llega una población ya esencialmente homogeneizada. Por eso no es raro que haya sido la educación superior el último segmento del sistema educativo en abordar, teórica y prácticamente, el asunto de la inclusión y sus implicaciones normativas e institucionales.
Con estas breves anotaciones, que abren la puerta de lo que después viene en el libro, estoy tratando de advertir al lector de que las páginas que siguen se ocupan de un asunto, el de la inclusión, que se caracteriza por su enorme complejidad. No es raro, por eso, que tanto las reflexiones como las presentaciones de experiencias reunidas en el libro puedan ser calificadas de “ensayos”, procesos abiertos o desbrozamiento de caminos para abordar desde la equidad el tema de la inclusión en la educación superior.
Dada la trascendencia de tema, creo que todos, comenzando por los que participamos en el seminario, lo menos que podemos hacer es agradecer a la Fundación Equitas por haber puesto el tema en la mesa de discusión y haber abierto un espacio de debate sobre un problema que está llamado a ocupar parte importante de la agenda social y política del país porque, en el fondo, tiene que ver con la viabilidad de nuestras formas de convivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario