José Ignacio López Soria
Publicado en: La República, Lima, 2 sept. 2003, p. 18.
El informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) y el enjundioso discurso de Salomón Lerner Febres al entregar dicho informe al presidente Toledo han suscitado un debate que tiene ver con la bases mismas de la convivencia racional entre los peruanos.
Hay quienes leen el informe y el discurso sólo como un registro de datos sobre la realidad para fundamentar culpabilidades con respecto al pasado inmediato. Desde esta perspectiva, interesa verificar si la información registrada se corresponde con la idea que tenían sobre los hechos. Si piensan que coincide, hablan de verdad; si no, de falsedad o, al menos, de exageración y parcialidad. E inmediatamente se lanzan a buscar inexactitudes en la información proporcionada y a descubrir, en las biografías personales de los comisionados, las motivaciones de su parcialidad.
Quienes se aproximan al discurso y al informe con esta perspectiva entienden la verdad en una de sus acepciones: correspondencia o adecuación entre la realidad y lo enunciado sobre ella. Por este camino, el debate corre el peligro de volverse interminable, irracional e infecundo: interminable, porque siempre será posible, en este enmarañado caso, contraponer unos datos con otros; irracional, porque en lugar de argumentos racionales se recurrirá, como se está haciendo, a la falacia conocida como “argumento ad hominem”, que orienta el debate no a la verdad o falsedad de lo registrado sino a la credibilidad del registrador; e infecundo, porque se tergiversa la esencia del problema al reducirlo a una cuestión de exactitud o inexactitud informativa.
Leídos desde otra noción de la verdad -la verdad como apertura, como invitación al diálogo-, el informe y el discurso pueden ser vistos no como un ajuste de cuentas con el pasado ni como un registro de datos y de acusaciones sino más bien como un mensaje que rememora el pasado no para objetivarlo en cifras sino para apropiarnos responsablemente de él, asumiendo las responsabilidades que nos correspondan, entendiéndolo como constitutivo de nuestro presente y pensando colectivamente un futuro de inclusión y entendimiento entre los peruanos.
Desde esta perspectiva, el mensaje debería desencadenar un diálogo fecundo sobre las raíces de nuestros desencuentros, las claves de esta “sociedad a medio hacer” que nos caracteriza, y los caminos para vivir dignamente juntos. Conformamos una sociedad con débiles elementos vinculantes y carente de voluntad de inclusión, solidaridades profundas, lealtades permanentes e instituciones confiables. Lo sabemos desde antiguo. Nos los vienen repitiendo todos los que han pensado responsablemente “la promesa de la vida peruana”. Lo que ahora hace la CVR es reiterar este mismo mensaje desde la rememoración del pasado más reciente de nuestro propio presente, un pasado en extremo lacerante del que somos responsables, aunque sepamos que hunda sus raíces en las profundidades de nuestra propia historia.
Se dice que no hay reconciliación sin verdad, pero cuando la verdad es entendida como mero registro de hechos se corre el peligro de que la reconciliación se reduzca, por un lado, a ajuste de cuentas con los señalados individualmente como responsables de esos hechos y, por otro, a compensación puntual de sus víctimas. Más allá de que esto sea necesario, la interpretación de la verdad como apertura o como mensaje abierto al diálogo convoca a una reconciliación que trasciende los ajustes de cuentas y las compensaciones. Lo que habría que decir es que no hay reconciliación con olvido. La reconciliación, si por ella entendemos el encuentro entre el Perú oficial y el Perú real, pasa necesariamente por la apropiación responsable y consciente del pasado de nuestro propio presente, asumiéndolo como fuente de inspiración para repensar un pacto social que nos permita a todos, desde las diversidades que nos constituyen, vivir dignamente juntos en una sociedad inclusiva, con instituciones confiables, solidaridades profundas y lealtades permanentes.
Creo que es éste el debate al que la CVR nos convoca. Que las instituciones encargadas de enjuiciar y de compensar hagan su trabajo responsablemente, con la atención vigilante de todos. Sería una lástima, una punible irresponsabilidad, desaprovechar la oportunidad para debatir los temas de fondo que el informe de la CVR y el discurso de Salomón Lerner ponen en la agenda pública.
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