José Ignacio López Soria
Publicado en: La República. Suplemento Especial 129 Aniversario de la UNI. Lima , 17.07.2005, p. 3.
Hace 129 años, exactamente en 1876, abrió sus puertas la Escuela Especial de Ingenieros de Construcciones Civiles y de Minas. El gobierno de Manuel Pardo estaba llegando a su fin y este visionario presidente no quería terminar su período sin promulgar una Ley General de Instrucción Pública y sin poner en marcha el primer centro para la formación de ingenieros.
La idea de crear un centro para formar a ingenieros surgió a mediados del siglo XIX, cuando el Perú comenzó a contar con los recursos provenientes de la negociación del guano y se iniciaron las grandes obras públicas para dotar al país de ferrocarriles, explotar las riquezas minera y agrícola, modernizar las ciudades y articular el territorio. Inicialmente, los sucesivos gobiernos recurrieron a ingenieros extranjeros para desarrollar estas tareas. Pronto, sin embargo, se vio la conveniencia de formar en el Perú a los profesionales que el país requería para explorar nuevas fuentes de riqueza y para proyectar y ejecutar las obras públicas.
Con la mente puesta en esa necesidad, Pardo constituyó una comisión para reformar los estudios de la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos y encargó al Eduardo de Habich, un ingeniero polaco formado en París y que estaba al servicio del Estado peruano desde 1869, iniciar los preparativos para crear una Escuela de Minas. En el seno de esa comisión, asistida por Habich y por el también ingeniero polaco Estanislao Folkieski, se determinó proponer al Estado la reforma de los estudios de ciencias en San Marcos y la creación, por separado, de la Escuela Especial de Ingenieros de Construcciones Civiles y de Minas. Pardo y los legisladores de la época hicieron suya la propuesta y la convirtieron en ley.
Cuando inicia sus actividades son dos las especialidades de ingeniería que imparte la Escuela: construcciones civiles y minas. Poco después la Escuela forma también a peritos agrimensores de minas y predios rústicos y de predios urbanos. Los primeros alumnos de estas especialidades son ex alumnos de la Facultad de Ciencias de San Marcos, ayudantes del Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado y egresados de los excelentes colegios nacionales que por entonces tenía el Perú en las capitales de departamento, especialmente del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe.
A partir de la década de 1880, cuando, a pesar de los avatares de la guerra con Chile, comienzan a salir los primeros ingenieros y peritos agrimensores, la Escuela provee al Perú de los profesionales técnicos necesarios para el desarrollo material y, además, contribuye a pensar el país desde una perspectiva que pone sus miras en el logro del bienestar y en el mejoramiento de las condiciones de vida. Desde entonces, el Perú cuenta con dos maneras de entender la modernidad: una que apunta al desarrollo de las libertades y otra que se propone el bienestar como objetivo.
El incremento significativo de ingenieros salidos de la Escuela hizo posible la creación del Ministerio de Fomento (1896), el nacimiento y primer desarrollo de la Sociedad de Ingenieros del Perú (1898) y el surgimiento de diversos cuerpos de ingenieros para el servicio del Estado.
Por otra parte, las publicaciones periódicas de la institución, los Anales de Construcciones Civiles y de Minas y el Boletín de Construcciones Civiles, Minas e Industrias, contribuyeron a construir y difundir en el Perú la cultura científico-tecnológica y a informar en el extranjero acerca de las posibilidades de inversión en el país.
La Escuela nace, como declaran sus documentos fundacionales, para responder a las necesidades el país. No es raro, por tanto, que se vayan incorporando en ella nuevos campos de acción. Al comienzos del siglo XX, la Escuela incorpora las especialidades de ingeniería industrial, eléctrica y mecánica para atender las necesidades del desarrollo industrial y los servicio urbanos; pone en marcha la especialidad de arquitectos constructores para organizar racionalmente el crecimiento urbano y responder a las necesidades habitacionales; y reorienta la ingeniería civil hacia el diseño y construcción de carreteras y construcciones urbanas.
Más tarde, avanzado ya el siglo XX, será necesario conducir lo trabajos de exploración y explotación petroleras, introducir los procedimientos químicos en la industria, dominar las tecnologías de los procesos industriales, impulsar la industria textil, aprovechar racionalmente las energías hidráulica, solar y eólica, atender los requerimientos sanitarios, cuidar del medio ambiente, transformar los recursos mineros para agregar valor a nuestros recursos naturales, etc. Al compás de estas necesidades van surgiendo, separadamente o incorporadas a especialidades afines, las ingenierías de petróleo y petroquímica, química industrial, procesos industriales, textil, hidráulica, sanitaria, higiene y seguridad industrial, ambiental, geológica, metalúrgica y electromecánica.
Entre 1945 y 1970 la institución pasa por un período de transformación. En 1946 comienza incubarse un movimiento de reforma, protagonizado por alumnos y profesores, que busca adecuar tanto la enseñanza como la estructura y la proyección institucionales a las dinámicas sociales que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Los tiempos, como sabemos, estuvieron marcados por procesos de democratización del poder y del saber, urbanización intensiva, industrialización acelerada, innovaciones culturales, profesionalización de los quehaceres, protagonismo de las capas medias y proletarios urbanos, apropiación de los conocimientos científicos por la industria, expansión de la racionalidad económica, racionalización de los recursos energéticos, politización de la sociedad, etc.
La estructura y los hábitos institucionales, atenidos hasta entonces a las tradiciones de las escuelas europeas de ingenieros, no eran ya adecuados para responder a los retos que planteaban los tiempos. El paso de la Escuela de la vieja casona de la calle Espíritu Santo (5ª cuadra del Jr. Callao), ocurrido entre 1946 y 1947, al actual emplazamiento de la UNI hacía presagiar que el cambio no se quedaría en un mero traslado de la sede.
Los afanes renovadores apuntaron, en primer lugar, a modernizar la enseñanza, introducir los usos de la democracia en la gestión institucional y reconciliar a la Escuela con las surgentes capas medias urbanas. La dictadura de Manuel A. Odría se propuso sofocar el movimiento innovador, pero no lo consiguió enteramente. Durante el ochenio la Escuela fue el caldo de cultivo de la Agrupación Espacio , un movimiento cultural alternativo que consiguió congregar a buena parte de la intelectualidad peruana de entonces, y del movimiento político que daría origen al Partido Acción Popular. Al final de la dictadura (1955) se consiguió, por los buenos oficios del profesor y diputado Germán de la Fuente, que la Escuela pasase a la condición de universidad.
Aunque desde 1955 la Escuela pasa a llamarse Universidad Nacional de Ingeniería, la consolidación del perfil universitario no ocurrió sino unos años después, entre 1960 y 1970, bajo la conducción de los rectores Mario Samamé y Santiago Agurto. La UNI incorporó la cultura y las artes en el quehacer institucional, introdujo los estudios especializados de las ciencias, dibujó con mayor nitidez la profesión de arquitectura, ofreció formación en planificación urbana y regional, se abrió a los estudios económicos, asumió la investigación y la proyección social como partes constitutivas de la vida institucional y editó las revistas Amaru y Tecnia, especializada la primera en temas artísticos y culturales y la segunda en asuntos científicos y técnicos.
Si a estos elementos añadimos una mayor y más variada participación en los destinos de la institución por parte de la comunidad universitaria a través de sus agremiaciones, terminamos de dibujar el perfil de un centro de estudios ahora sí con todos los rasgos característicos de una universidad que enseña, investiga y promueve el desarrollo desde los ámbitos de las ingenierías, la arquitectura, las ciencias y la cultural.
Con un perfil universitario más claramente dibujado, la UNI se propone en la segunda mitad del siglo XX responder a nuevos para lo cual abre las especialidades de ciencias (física, química, matemáticas, estadística), introduce en el país la ingeniería económica y los estudios de planificación urbana y regional, desarrolla las ingenierías de sistemas, electrónica, mecatrónica, naval, física, ambiental y de telecomunicaciones. Por otra parte, y teniendo en cuenta la urgencia de especializar a los profesionales ya formados y de actualizar permanentemente a los egresados, la UNI organiza cursos de especialización y de postgrado en los campos propios de su quehacer institucional.
En los últimos lustros del siglo XX y comienzos del presente siglo, recogiendo una experiencia que le viene de antiguo, la UNI crea unidades productivas y de servicios e incluso empresas que facilitan las prácticas y las tesis de los alumnos, promueven las investigaciones aplicadas de los profesores, proveen a la institución de recursos alternativos y la ligan al sector empresarial.
Comprometida con el desarrollo del país desde sus inicios, la UNI ha ido evolucionando, como hemos mostrado en esta apretada síntesis de su historia, al compás de las necesidades nacionales con la mira puesta en el encuentro de respuestas profesionales a los retos que el Perú ha ido enfrentando. No es posible hablar en el Perú republicano de minería, metalurgia, ferrocarriles, carreras, puentes, industrialización, mecanización, electrificación, desarrollo electrónico, explotación petrolera, petroquímica, urbanización, construcciones urbanas, sanidad ambiental, telefonía, sistemas informáticos y telecomunicaciones sin recordar a los profesionales y científicos que, formados en las aulas, laboratorios y talleres de la UNI, han ido transformando las condiciones materiales de existencia y contribuyendo al mejoramiento de la calidad de vida de los peruanos.
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