José Ignacio López Soria
Ponencia en el seminario sobre hermenéutica, PUCP. 18 septiembre, 2008. Publicación con algunas modificaciones: “La co-pertenencia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad”. En: Monteagudo, Cecilia y Fidel Tubino (ed.). Hermenéutica en diálogo. Ensayos sobre alteridad, lenguaje e interculturalidad. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2009, p. 149-154
Hermenéutica, diálogo e interculturalidad son conceptos y prácticas discursivas que tuvieron, desde antiguo, un aire de familia, pero, además y principalmente, en la actualidad, están convocados a mantener entre sí una relación de co-pertenencia que haga posible que cada uno de ellos despliegue su significación plena y que apunte a un horizonte abierto a la utopía. Porque pienso que el despliegue pleno de la significación que estos conceptos y prácticas discursivas sugieren constituye ya de suyo un anuncio de la convivencia digna y gozosa de las diversidades. Esta es la idea que, aunque sea prietamente, voy a proponer aquí para el debate.
Que la hermenéutica, el diálogo y la interculturalidad se co-pertenezcan no significa, sin embargo, que la interpretación, la escucha atenta del otro y la convivencia digna de lo diverso se confundan entre sí. Cada una de estas prácticas, como los conceptos que se corresponden con ellas, tiene su propia historia, y es justamente la diversidad de historias y procedencias lo que enriquece el encuentro, ensanchando y profundizando el horizonte de significación y haciendo de ese encuentro, creo yo, un evento histórico-filosóficamente significativo de nuestro tiempo.
La hermenéutica, como es sabido, procede de una historia de búsquedas teórico-metódicas para entender al otro, interpretar correctamente textos bíblicos, jurídicos y literarios, y proveer de legitimidad a las ciencias del espíritu frente al avasallamiento de las ciencias físicas. El diálogo, desde el socrático-platónico hasta el que se practica en la sociedad moderna, se inscribe en una tradición retórica que busca convencer racionalmente al otro de la validez de los propios argumentos, o llegar a acuerdos y construir consensos en contextos racionales y libres de violencia. La interculturalidad está ligada a una historia de exploración de asideros teóricos e instrumentos prácticos para gestionar racionalmente las diferencias en entornos multiculturales y poliaxiológicos, atravesados por reivindicaciones educativas, lingüísticas, jurídicas, políticas y territoriales por parte de grupos minoritarios o excluidos.
A partir de esta entrada al tema que nos ocupa cabe la posibilidad de hacerse muchas preguntas. Trataré aquí de responder conjuntamente a dos de ellas: ¿de qué manera el aire de familia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad, que venia de la tradición, está mutando, en la actualidad, en co-pertenencia?; y, ¿en qué medida esa co-pertenencia es algo que merece que pensemos porque siendo un evento potencialmente constitutivo de nuestra realidad remite ya a un horizonte utópico?
Originados en entornos atravesados todavía por la metafísica de la presencia, la hermenéutica, el diálogo e incluso la interculturalidad se piensan inicialmente dentro del ámbito de la consideración del ser como estructura estable, del pensamiento como fundamentación, de la verdad como representación de validez universal, y del hombre como sujeto capaz de conocimiento representativo. Y, naturalmente, esta consideración no queda sin consecuencias en la manera originaria de entender y practicar la hermenéutica, el diálogo y la interculturalidad. No es ciertamente gratuito que la hermenéutica busque la verdad que se supone que subyace en los mensajes textuales, que el diálogo consista en atenerse a la argumentación racional en la comunicación entre sujetos, y que la interculturalidad sea entendida, en el ámbito de la tolerancia, como un expediente para gestionar conflictos entre diversidades y, en el extremo, como anotara prematuramente Ignacio de Loyola, como un buen camino para “entrar con la de ellos y salir con la nuestra”.
Todas estas maneras de hacer la experiencia de la hermenéutica, el diálogo y la interculturalidad se corresponden con los horizontes de significación propios de la metafísica tradicional. Pero la hermenéutica, el diálogo y la interculturalidad apuntan al rebasamiento de la metafísica si los entendemos como guiños de ese pensar postmetafísico que se anuncia estruendosamente en Nietzsche como “muerte de Dios” y “crepúsculo de los ídolos”, que en Heidegger se enuncia como recuperación-distorsión de la historia del ser a través del pensamiento rememorante, que Gadamer entiende como historización de los horizontes de significación, sosteniendo que “el ser que puede comprenderse es lenguaje”, y que Vattimo define como ontología débil u ontología de la actualidad.
¿En qué medida la hermenéutica, el diálogo y la inteculturalidad son guiños de ese pensar postmetafísico en cuyo ámbito se produce la co-pertenencia entre ellos? En la medida en que los tres, en diálogo con sus propias tradiciones, apuntan a atribuirle primacía la lenguaje. La co-pertenencia se fue haciendo posible gracias a que la hermenéutica fue pasando de un expediente teórico-metódico para la interpretación de textos a la historización radical de los horizontes de significación, disolviéndose así el ser en el lenguaje; el diálogo fue enriqueciendo su primigenia condición de medio discursivo para la persuasión racional y el establecimiento de consensos, al convertirse en habla en la que los participantes hablamos y somos hablados y constituidos, es decir provistos de identidad a la través de la práctica del reconocimiento; y la interculturalidad deja de ser vista como la versión actual de la moderna tolerancia para la solución de conflictos interculturales y comienza a entenderse como lenguaje de una convivencia ya no solo digna sino enriquecedora y gozosa de las diversidades.
El encuentro en el lenguaje es, pues, lo que hace que la hermenéutica, el diálogo y la interculturalidad se co-pertenezcan, es decir que no pueda ya definirse ninguno de estos conceptos y prácticas discursivas sino por referencia a los otros. Esta mutua referencia los resignifica, enriqueciendo sus significaciones primigenias. Hoy la hermenéutica se realiza en plenitud en cuanto dialógica e intercultural; el diálogo en cuanto intercultural y hermenéutico; y la interculturalidad en cuanto hermenéutica y dialógica. Para llegar a esa plenitud, cada uno de ellos, al hacerse cargo de su relación con los otros, se autosomete a una operación de vaciamiento –de secularización o debilitamiento, diría Vattimo- de los caracteres duros de que eran portadores por haber nacido en el ámbito de la violencia propia de la metafísica. Y en la medida en la que pierden esos caracteres, sin olvidar la historia de esa pérdida, la co-pertenencia es ya de suyo el anuncio de una liberación.
Pero la co-pertenencia no implica que los mencionados conceptos y prácticas se olviden de sus tradiciones pierdan su identidad. La hermenéutica sigue inscribiéndose en el ámbito del comprender y del percibir, del hacer la experiencia de la verdad y la percepción del arte. El diálogo se inscribe en el ámbito de la comunicación, del hacer la experiencia del hablarnos y del sabernos hablados. Y la interculturalidad se inscribe en la ámbito del convivir, del diseñar y llevar a la práctica la convivencia digna y gozosamente enriquecedora de las diversidades; una convivencia, sin embargo, que sabe de conflictos y que trata de gestionarlos acordadamente.
En la reflexión que vengo haciendo he usado con frecuencia el término “ya”, entendido como “ahora” o “en la actualidad”, y lo he hecho conscientemente. Lo que con él quiero decir es que entiendo la mencionada co-pertenencia como característica o constitutiva de nuestro tiempo.
Leída desde la perspectiva de nuestro actual horizonte de significación, muy especialmente en el caso de América Latina, tan poblada de diversidades, la co-pertenencia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad va de la mano del tomarse políticamente en serio la democracia, y del hacerse éticamente cargo de la diversidad étnica, lingüística y cultural que nos caracteriza. Así, el pensar la co-pertenencia no es fruto de una exigencia teórica que pretenda sustituir la verdad de la separación entre los conceptos y prácticas mencionados por otra verdad, la de su co-pertenencia. El pensamiento de la co-pertenencia es más bien fruto de una exigencia ético-política de signo liberador que nos lleva, como digo, a tomarnos en serio el ejercicio responsable de la ciudadanía y la compleja diversidad de la que se compone la actualidad.
Podría decirse -al hilo de las reflexiones del pensar postmetafísico y especialmente de Vattimo- que la co-pertenencia es la ontología de la actualidad. Porque la actualidad está hecha ya no solo de nuestra propia palabra, sino también de la palabra del otro. Y si nos hacemos cargo, ética y políticamente, y no solo académicamente, de la palabra del otro, esa palabra nos habla y nos convoca a sentirnos hablados por ella.
Como he dicho alguna vez, creo que lo histórico-filosóficamente más significativo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación no es propiamente que el otro haya hablado y nos haya contado su historia, sino que hemos sido hablados por él, que su palabra nos ha ex-puesto, ha traído a la presencia lo que fuimos, lo que somos y hasta lo que queremos ser. En un contexto como el nuestro, constituido ya por la co-pertenencia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad, pero marcado aún por la violencia de donde provienen estos conceptos y prácticas discursivas, no es raro que, en gran medida, la sociedad haya echado al olvido tanto el informe como las recomendaciones de la mencionada comisión, porque tomárselos en serio exige una metanoia, una especie de conversión a la que no quieren ex-ponerse los que están dis-puestos solo por el lenguaje tradicional.
No sé si, como anuncia Nietzsche, Dios haya muerto; si, como asevera Heidegger, el pensar consista en rememorar el ser que la metafísica de la presencia ha dejado en el olvido; si, como resume Gadamer, el ser que puede comprenderse sea lenguaje; si, como quiere Vattimo, haya que despedirse definitivamente de toda fundamentación. Lo que sí sé es que el pensamiento fuerte de los valores absolutos, de la reducción del ser a la presencia, del conocimiento como adecuación y del pensar por referencia a un fundamento, no deja hablar al otro desde sus propias pertenencias y, por tanto, conlleva violencia, una violencia a la que nos tienen acostumbrados la metafísica, la teología y la ciencia, en su afán por dominar la caducidad de lo existente y por escapar a la definitividad de la contingencia. Y cuando dis-ponemos de estos lenguajes tradicionales, sin advertir que en realidad somos dis-puestos por ellos, esa violencia puede incluso ser vista como condescendencia porque nos provee, se dice, de un único horizonte de significación que regula y homogeneiza los saberes, las normas de la convivencia, los criterios de verdad, bien y belleza, etc.
Pero para leer hermenéuticamente los mensajes del otro, para sentirse hablado por él y hablar con él sin definirlo previamente, para vivir gozosa y enriquecedoramente la diversidad, es imprescindible debilitar la supuesta solidez y fundamentación de nuestros propios saberes, nuestras ideas regulativas, nuestras creencias. Debilitarlos significa aquí historizarlos, desuniversalizarlos, devolverlos al seno de su proveniencia: nuestro propio horizonte, ahora ya sólo particular, de significación. Pero debilitar nuestras tradiciones no significa negarlas ni olvidarlas, sino dialogar con ellas electivamente trayéndolas a la presencia para curarnos, así, de la violencia que conllevan, sin que tengamos que desprendernos de la comunidad histórica a la que pertenecemos y por la que somos pertenecidos.
Yo sé que pensar la co-pertenencia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad conlleva riesgos teóricos y prácticos, y, en cualquier caso, exige más tiempo del que aquí disponemos, pero creo que es algo que merece hacerse, porque el hablar la actualidad como atravesada de violencias afincadas en nuestras tradiciones nos convoca a liberarnos de ellas, sin olvidarlas, es decir a liberarnos de ellas a partir precisamente de lo que en esas mismas tradiciones se anuncia pero se sustrae. Y lo que se anuncia y se sustrae al mismo tiempo es que, en nuestra propia tradición, interpretar es ya de suyo referir el comprender a un horizonte histórico y particular de significación, que dialogar es ya dejarse hablar por el otro, y que hacer la experiencia de la interculturalidad es ya convivir gozosamente con la diversidad. Pero , además de esta convocación dirigida a nosotros mismos, el pensamiento de la co-pertenencia entre hermenéutica, diálogo e interculturalidad facilita la liberación de las diferencias, la toma de la palabra por el otro desde sus propias pertenencias, convocándole también a mantener con respecto a ellas una actitud electiva. Y así, el comprender la actualidad como constituida, aunque sea en germen, por la mencionada co-pertenencia, anuncia ya un horizonte abierto, transido de utopía, que convoca a pensar y a tomarse ética y políticamente en serio la convivencia digna y gozosa de las diversidades que nos pueblan.
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